sábado, 30 de abril de 2011

29 de Abril: Día del Animal

Perros de Guerra junto a los Soldados en Malvinas, Caballos criollos en la Conquista del Desierto, los caballos del Restaurador, los perros cimarrones y Chupete, el caballo inolvidable.
 
Perros de Guerra
La Infantería de Marina de la Armada Argentina cuenta con el honor de haber destacado perros de guerra en la Gesta de Malvinas de 1982, contándose con numerosas actuaciones heroicas por parte de estos "soldados".

Vogel
La Infantería de Marina de la Armada Argentina cuenta con el honor de haber destacado perros de guerra en la Gesta de Malvinas de 1982, contándose con numerosas actuaciones heroicas por parte de estos "soldados".
De la dotación de perros de guerra de la ARA Veteranos de Malvinas, el que superó a todos en longevidad, fue Vogel, un ovejero alemán nacido en la Base Naval de Puerto Belgrano e hijo de Tell y Nixie, también nacidos en la BNPB. Luego de la Gesta de Malvinas presidió todas las ceremonias de la Unidad luciendo en su capa la condecoración de Veterano de Guerra de Malvinas, y al fallecer el 1 de diciembre de 1991, fue enterrado en la BNPB mirando hacia las Islas Malvinas y con un monumento en honor a los perros Veteranos de Guerra.

Xuavia

La perra Xuavia estaba preñada cuando partió a la Gesta de Malvinas, siendo su Guía el Soldado C/62 Carlos Silva del Batallón Seguridad ARA Agrupación Perros de Guerra. En la noche del 13 al 14 de junio, luego de soportar un intenso bombardeo británico sobre las posiciones argentinas, Xuavia regresaba junto a las tropas patriotas a Puerto Argentino pero repentinamente se separó y corrió hacia la negrura de la noche. Varias horas después fue encontrada dándole calor con su cuerpo a un soldado argentino herido, el cual fue llevado prontamente hacia el hospital por los camilleros y enfermeros del Ejército. De no haber sido por Xuavia ese soldado habría muerto congelado y desangrado. Luego del conflicto Xuavia regresó a su base naval y dio a luz a nueve cachorros con parto normal. El padre fue Duque.

Tom

El camión me esperaba afuera, junto a mis soldados y los equipos. Tomé un gran manojo de camperas y me dirigí a la carrera, pero se me cruzó un perro de la base que habíamos criado desde cachorro y me hizo caer. Me levanté maldiciendo, tomé otra vez las camperas y retomé mi camino, pero a los pocos metros otra vez el perro me hizo caer. De la bronca, lo tomé y le dije "Estás jodiendo, entonces venís con nosotros a Malvinas" y lo subí al camión.

Al ver el perro, el soldado Cepeda me preguntó asombrado "¿Y eso, mi Cabo Primero? ¿Cómo se llama el perro?".

Entre risas le contesté "Desde hoy se llama Tom, porque vamos al Teatro de Operaciones Malvinas".

Al poco tiempo se transformó en el ser mas mimado y querido entre todos, pero debíamos ocultarlo de los superiores, por eso en las inspecciones siempre estaba dentro de algún bolso, campera o saco de dónde solo salía su hocico para respirar. Luego de unos días de espera en Santa Cruz partimos en un Hércules hacia las Islas Malvinas transportando a nuestro personal, dos cañones Sofma, un Unimog y desde luego a Tom, que para esa altura ya era otro soldado movilizado del Grupo de Artillería 101.

En Malvinas Tom se comportó como un bravo artillero. Cuando tirábamos con la máxima cadencia de fuego hacia los británicos, él se paraba delante del cañón como el mejor de los combatientes; siempre ladraba y jugaba con aquél que estaba bajoneado en los momentos de calma para darle ánimo; cuando había "alerta roja de bombardeo naval" era el primero en salir del refugio para buscar a los más alejados y el último en entrar a cubrirse; y muchas veces su instinto canino presintió los bombardeos aéreos antes que se gritara la alarma, lo cual manifestaba con ladridos que ya conocíamos. Compartía con nosotros la comida y los soldados le fabricaron un abrigo con los gorros de lana y bufandas.

El 11 de junio, a las 11:15 hs, un avión pirata se lanzó frenéticamente sobre nuestra posición bombardeando nuestro cañón y haciéndolo estallar, nosotros corrimos a cubrirnos y Tom, como siempre, parado sobre una roca ladraba dando la señal de alerta. El avión efectuó otra pasada, esta vez ametrallando con furia nuestra tropa que repelía el ataque con fusiles, en ésta oportunidad varios fueron heridos (yo entre ellos), y Tom, que corría avisándoles a los más distantes fue alcanzado por las esquirlas. El humo y el olor a pólvora cubrieron el lugar. Como pudimos, heridos, buscamos a Tom y lo encontramos tendido sobre una piedra inmóvil, con sus grandes ojos negros mirándonos y despidiéndose lentamente de sus camaradas.

Allí quedó para siempre nuestro cañón y el mejor testigo de esta Gesta, nuestro querido Tom. Allá en la fría turba malvinera él es otro bastión argentino, que junto a los héroes que dieron su vida por la Patria, significan soberanía y un especial estilo de vida. Cuando volví al continente, en honor a él, todos los perros que tuve se llamaron Tom y mientras yo viva así lo haré.

Tom en Malvinas fue mi mejor amigo. ¡Y yo... jamás olvido a mis amigos!

Fuentes
Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.
Relato del Cbo 1º VGM Omar Liborio del GA 101, Ejército Argentino.

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Animales en la Conquista del Desierto: Caballos criollos
El indio se hizo dueño y señor de las pampas, gracias al caballo. El hombre blanco, por lo tanto, debía contar con la cooperación del corcel criollo para poder conquistar esa inmensidad “donde la vista se pierde sin tener donde posar”.

La preponderancia del caballo como medio de comunicación y transporte, así como del empleo de la caballería como principal arma de combate en la lucha de frontera, se explica perfectamente si nos atenemos a las características geográficas del escenario, las condiciones económicas del medio ambiente y el carácter de sus habitantes. No podemos olvidar que la zona por la cual luchaba el hombre blanco era un extenso territorio cubierto de praderas donde habían proliferado los caballos y vacas en estado salvaje, creando así una “industria” de la cual tomaban parte indios y criollos. El gaucho, como el indio de las pampas, era “hombre de a caballo”. Familiarizado con su uso se hizo magnífico jinete desde su infancia. El gaucho era por idiosincrasia un guerrero de caballería, su natural instinto y la aptitud de jinete adquirida en sus faenas rurales hacían de él un centauro que el ejército sabía aprovechar.

El miliciano “arrancado de su rancho”, como el soldado de línea era de ese pueblo que había hecho del caballo su complemento para todo aquello que fuera transporte, trabajo y hasta distracción. Sin él se encontraba perdido. Es como un ave sin alas. Apenas se afirma sobre el recado vuelve a recuperar su perdida prestancia y ese algo especial de su personalidad de magnífico jinete.

Una frase ha quedado en la historia como expresión del sentir gaucho ante la falta de su caballo. Es la que, lejos de su lar nativo, resume toda la desgracia del caudillo: “El Chacho” Peñaloza: “¡En Chile…. y a pie!

Esos hombres que siguieron a San Martín, Las Heras, Lavalle, Güemes, Rauch o Rosas, lo hicieron de a caballo y se sintieron consubstanciados con los regimientos que esos hombres dirigían con la maestría de consumados jinetes. La historia registra como los regimientos de caballería se remontaban hasta con redomones recién sacados de los corrales. Es que el gaucho-soldado era además de buen jinete un domador en potencia. Martín Fierro cantaría:

Yo llevé un moro de número,
sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
más plata que agua bendita.
Siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.

Y haría resaltar su regreso al hogar, a pie… sin la más preciada compañía del gaucho, como lo diría una copla popular:

Mi mujer y mi caballo
se han ido a Salta.
Mi mujer puede quedarse,
mi caballo me hace falta.

Así como el indio de las pampas se convirtió en el más tenaz de los guerreros y el mayor peligro para las poblaciones civilizadas de América, debido al auxilio que para sus correrías le facilitaba el veloz y resistente caballo pampa, así las fuerzas nacionales debieron recurrir a tan eficaz medio, que les permitiría llegar hasta las propias madrigueras del salvaje, a dar el golpe y volver a su guarnición, “malón blanco” que transitaría por las mismas huellas dejadas por el indio en sus “rastrilladas”, cicatriz enorme de la pampa que mostraba el lugar donde se produjera la herida profunda que malones sucesivos habían efectuado en el corazón de esa pródiga campiña bonaerense, al llevarse miles y miles de reses para los aduares pampas o los mercados chilenos.

Muchos escritores han dedicado brillantes páginas al caballo criollo y al caballo pampa del indio, verdadera joya que sabía correr en cualquier terreno y hasta boleado.

No puede dejarse de recordar que en la lucha contra el indio, fue una de las preocupaciones principales de todos aquellos que debieron contar con sus ejércitos para combatirlos, el tener a mano buenas caballadas, no solamente para llegar hasta las distantes tolderías o perseguirlos, sino para el momento de la pelea, que debía realizarse en caballos entrenados para las rápidas maniobras del combate.

Roca le informaba a Alsina en 1875: “…y contraerse a resolver este solo problema, sin lo cual nada se puede intentar: el medio de tener en todo tiempo buenos caballos”. (1)

En los distintos acontecimientos que se desarrollaron en torno a la línea de fortines, el caballo ha constituido el principal factor de muchas victorias o derrotas.

En los últimos tiempos, cuando las distancias a recorrer eran contadas por leguas, hasta el infante debió ser provisto de caballo, para poder sortear el difícil obstáculo de llanuras, lomadas, montañas, ríos y arroyos. Cuando era atacado, desmontaba y formaba en cuadro, haciendo valer la potencia de fuego de sus fusiles. Por eso el bravo milico supo escuchar esta:

Plegaria del caballo de armas

“No. No hundas las rodajas de tus espuelas, en mis ijares sudorosos. ¿No sientes, acaso, mis tirones pidiéndote más rienda? Quiero llegar al enemigo antes que la punta del acero de tu brava lanza.


Afírmate altanero en la silla, prepara el brazo y deja las riendas que yo no he de volver.


Mis ollares olfatean la muerte; pero soy criollo y voy al choque desafiante con el heroico escuadrón, tengo alas en los cascos, que nunca el enemigo vio de atrás y escucha, valiente soldado expedicionario mi relincho cual grito bronco y guerrero de mi raza.


Nada detiene mi ímpetu. Los caídos por la lanza traicionera que apenas hiere pero desangra, sí empañan sus pupilas con lágrimas ¡Interprétalas soldado! Como desesperación, tristeza, pena, al no haber llegado al encontronazo brutal, al crujir de huesos y dientes, a la lanza rota y al nervudo brazo rojo en sangre y al jinete que cae sobre el jinete y al grito y al insulto y al toque de carga repetido, como al mejor homenaje a ti, mi amo, a mis hermanos moribundos, que también mueren por la Patria”. (2)

En cuanto a la mula, se la proveyó en cantidades, supliendo al caballo en el transporte de los elementos necesarios para la vida de frontera. Siendo Roca comandante de las de Córdoba le informa al ministro Alsina que dispone de 500 mulas para enviarle a la frontera bonaerense, lo que da un alto índice de su utilización, pues se entiende que ese número era el sobrante de sus arrias.

En la zona montañosa de Neuquén su uso se hizo más regular, por la fácil adaptabilidad de este équido al terreno montuoso.

En un telegrama del coronel Racedo a Roca el 13 de enero de 1879 le dice entre otras cosas: “Con 600 mulas más, mi División estará pronta para la gran expedición”.

El perro fue el fiel amigo, compañero, guardián y “proveedor” en los momentos de soledad, vigilia y hambre que el soldado debía aguantar durante su permanencia en esos fortines. Durante la noche, su fino olfato y oído eran una eficaz ayuda para detectar a los invasores.

Remigio Lupo recuerda que en su paso por la línea de fortines tendida por Alsina encontró en un mísero fortín a dos soldados:

“…Por qué tienen ustedes aquí esta cantidad de perros? –les pregunté al ver una jauría de perros flacos que por allí andaban- Ellos nos conservan la vida, señor. Hay veces que nos faltan las raciones, y entonces comemos los animales que estos nos ayudan a cazar. Desgraciadamente esta escena de dolor la he visto repetida en muchos de los demás fortines…”

Las fotografías de los fortines los muestran en gran cantidad, y de que también acompañaban a su amo hasta en los ataques lo demuestra el perro que encontró, entre el bosque de caldenes de Malal, al cacique Pincén, que se había ocultado ante el ataque de las tropas de Villegas. (3)

Referencias
(1) Olascoaga, Cnl Manuel José – Estudio topográfico de la Pampa y Río Negro – Revista del Suboficial – Buenos Aires (1930).
(2) Com. 6 Destacamento de Montaña – Boletín Histórico – Junín de los Andes (1960).
(3 Schoo Lastra, Dionisio – El indio del desierto – Revista del Suboficial, Vol. 88, 1937.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Revista del Suboficial Nº 143.

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Los caballos del Restaurador
“El mejor caballo que he tenido y tendré jamás, me lo regaló don Claudio Stegmann. Era bayo, del Entre Ríos, murió en la expedición de los desiertos del Sur, comido por un tigre…” ¿Quién es este anciano, rudo, de pequeños ojos celestes, de aspecto sólido aún que anota estas palabras al margen de una amarillenta carta escrita casi un cuarto de siglo atrás? Lo que a continuación agregó nos lo revelará. “…que encontrando después lo enlazó y mató el general Rosas”.

A muchos, muchísimos años de acontecido, Juan Manuel de Rosas recuerda al caballo y el episodio. Aquello sucedió en un pasado ya lejano, en las no menos lejanas pampas sudamericanas y el evocador está ahora en un lugar de las islas británicas, en “Burguess Farm” cerca de Southampton. Ni el tiempo ni el espacio le velan el recuerdo. La carta así acotada, ha sido escrita en 1847 por don Claudio Stegmann. Nada, en su texto, tiene vinculación con el comentario, como no sea el nombre del dador de aquel “bayo de Entre Ríos”. Es una simple solicitud de permiso para establecer una pulpería en el partido de Pila. Pero el peticionante le había regalado un caballo “el mejor que he tenido y tendré jamás” y esto ya nunca podrá ser olvidado por el Restaurador de las Leyes.

Gran caballista

Cualquiera sea el juicio que merezca la acción de Rosas en el gobierno del país –cosa ajena al tema que nos ocupa- no se puede dejar de reconocer la extraordinaria personalidad que, como hombre jinete y diestro en el manejo del caballo, tenía el rubio comandante de Los Cerrillos. Conocida es la importancia que para el encumbramiento de los caudillos argentinos tuvo la habilidad ecuestre; y es evidente que gran parte de su ascendencia sobre el gauchaje supo ganarla Rosas a caballo. Antes, ya Martín Miguel de Güemes, más que con su oratoria gangosa, salpimentada con palabras “no sanctas”, según Paz enfervorizaba al paisanaje con la bizarría de sus “marchadores” dispuestos en el lujo del accionar de sus manos como para un desfile victorioso. Rosas, joven aún, escribe su “Introducción a los Mayordomos de Estancia” revelando, con sus conocimientos rurales, un especial interés por el mejoramiento de los planteles yeguarizos. Entre otras recomendaciones, donde apunta ya su conocido puntillismo ordenativo, pueden observarse su preocupación en el mantenimiento del pelaje en las tropillas, evitando dar a los chasques, animales que pudieran alterar el orden cromático del conjunto; y sobre todo, la que reglamenta el servicio de yeguas en las manadas. Ahí establece que deben reservarse para padres los ejemplares más altos y mejor conformados, lo que hace suponer que de tal manera obtendría –mediante esta selección y los buenos pastos- caballos criollos de una alzada superior a la normal, tal como lo ocurrido con los caballos de los llamados Montos Grandes.

Adolfo Saldías dice que en 1820 Rosas solía montar un tordillo, cabos negros, “de grande caja, manos finas, nerviosas y atrevidas”. Como lo quiere la tradición criolla, este tordillo sería no sólo un pingo aparente, sino por su pelaje, un guapo andador. Es entonces un mozo de 27 años (había nacido en 1793) y ya sus mentas de jinete, pialador y boleador le habían granjeado la admiración del gauchaje. Y esto en una tierra de jinetes, donde el “maturrango”, es decir el escasamente capacitado para el ejercicio de la equitación, era mirado con menosprecio. Recordemos que en época de las luchas emancipadoras tal calificativo se utilizaba habitualmente para “descalificar” al soldado realista. Por aquellos años, correspondientes a la segunda década del 1800, Rosas, es reconocido –aún por sus enemigos políticos- como un extraordinario jinete. El mismo Sarmiento lo admite, cuando al hacer el elogio de su maestro, el presbítero José de Oro, “insigne domador (dice) de apostárselas a don Juan Manuel de Rosas…” ¿Y no es el mismo Sarmiento quien consagra a don Juan Manuel como el más corajudo para las “diabluras” a caballo cuando sale al campo a competir aparceramente nada menos que con López y con Quiroga? Si de todos aquellos caudillos el más fuerte, debe ser el más agalludo para gauchear sobre el caballo no hay duda alguna que el porteño ya está demostrando que es capaz de jinetear, no ya un chúcaro, sino el mismo país y “hacerle sentir las espuelas” como dirá años más tarde, el propio Rosas.

El ecuestre Restaurador

Ya instalado en el poder Juan Manuel sigue siendo el gran jinete de su juventud. Sus paseos por la Alameda, acompañado de su hija Manuelita, entusiasta amazona, como ya veremos, lo muestra siempre gallardo y arrogante, con su rozagante porte de lord inglés. Luego de su primer matrimonio inicia en marzo de 1833 su campaña “a los desiertos del sud” desde la guardia del Monte.

A esa expedición lleva su “crédito” ese bayo entrerriano que posteriormente había de ser devorado por un tigre. Son de imaginar las calidades de aquel caballo criollo, melancólicamente evocado por su dueño medio siglo después. ¡Qué flor de pingo habrá sido para que un experto conocedor como Rosas, que por razones obvias podía disponer del caballo que quisiese, le dispensara el premio de aquel enaltecedor recuerdo!. Pero el tigre que diera en tierra y convertido en piltrafa lo que fue una hermosa y soberbia criatura, piafante y vital, habría de ser ultimado por la mano de quien ya había demostrado que no solía tenerla liviana para el castigo.

En vísperas de Caseros todavía se le ve a don Juan Manuel revistando a sus tropas en un soberbio caballo gateado con el que, sin duda, reanimaría en Santos Lugares el un tanto alicaído entusiasmo de sus federales. Frente a ellos, días antes de la batalla, luego de hacer picar a su flete, hizo un tiro de bolas contra el mástil de una bandera al tiempo que gritaba un muera “al Imperio del Brasil”.

Cuenta el coronel Pedro José Díaz, jefe de una brigada de la infantería rosista, que ya empeñada la batalla se le acercó Rosas, jinete en su corcel de pelea, para hacerle una observación a fin de que preparara a sus infantes previniendo un movimiento envolvente del enemigo. “Diciendo estas palabras –relató más tarde Díaz- volvió la vista hacia atrás y halló cerca de sí un paisano a caballo que llegaba trayéndole una carta o un mensaje, no recuerdo de dónde; y sin esperar a que el paisano le dirigiera la palabra, “¿De dónde sale, amigo? –le dijo- ¡Qué buen caballo trae!” Notando en seguida que el paisano traía a la cabezada del recado las boleadoras. “Présteme esas boleadoras”, añadió. El paisano las desató inmediatamente y se las entregó. Rosas –prosigue Díaz- las tomó por los extremos, abrió los brazos para ver si tenían la longitud de regla y hallando que estaban un poco cortas “Esta no es la medida”, dijo, “le faltan dos pulgadas”. Luego, dirigiéndose a quien relatara esta escena, agregó: “Yo antes sabía un poco manejar esta arma; como ahora estoy demasiado grueso, tal vez no lo podré hacer. Sin embargo voy a probar”. Y volviendo al paisano: “¡Vaya amigo, galope, galope por allí un poco, galope!”. Cuando el paisano se alejó a la distancia que él juzgó conveniente, lanzó las boleadoras por encima de la cabeza de aquél, de manera que al caer envolvieron las patas delanteras del caballo. “Todavía me acuerdo” –dijo entonces y se separó del coronel Díaz para no volverlo a ver más. Este episodio al par que muestra la compleja personalidad de aquel hombre –no hay que olvidar que ya se había empeñado la acción bélica decisiva para él y su régimen- lo exhibe, a los sesenta años, aún hábil, en una prueba de destreza criolla que requiere buen brazo y una correspondiente capacidad ecuestre. Es sabido que después de la batalla de Caseros, o de Morón, como también se la llamara, el derrotado Restaurador de las Leyes, se llegó de un galope hasta el Hueco de los Sauces (la actual plaza Garay) donde escribió su renuncia “de una letra trabajosa” –decía- por tener herida la mano derecha. Montaba en aquella oportunidad un caballo picazo pampa, que poco antes de embarcarse rumbo a Inglaterra regalará al encargado de negocios de Gran Bretaña, Mr. Robert Gore a quien expresa: “Tengo que pedir a Ud. un favor; que salve mi caballo que está en la barraca tal, y que se encargue de cuidarlo y conservarlo en memoria mía”.

Casta de jinetes

Ya en Inglaterra, no decae en Don Juan Manuel su vieja afición a los caballos y el ejercicio ecuestre. Pero fiel a las tradiciones de su lejana tierra, no lo hace en silla inglesa sino en lomillo porteño, con el agregado (insólito seguramente para los británicos) del extenso repertorio de jergas, caronas, matras, caronillas, cojinillos y sobrepuestos que el recado criollo acopia. En carta a su concubina Eugenia Castro pide que le envíen otro lomillo porque el que tiene en uso le resulta corto. Pero lo que ilustra mejor acerca de sus indeclinables condiciones de jinete es lo expresado por Rosas desde Inglaterra en una carta transcripta por Carranza en el libro “La Revolución del 39”.

“…Voy obligado por caballeros aficionados a las carreras, a la caza de zorro y otras diversiones, a no faltarles. Gustan verme correr, de mis bromas sobre el caballo y demás de esas correrías afamadas”. Esto ocurría en 1854, es decir cuando el antiguo señor de Los Cerrillos ya hace tiempo ha dejado de ser un muchacho. Pero todavía por varios años seguiría en el viril ejercicio de la equitación en su chacra inglesa, levantada por él mismo, simulando el puesto de una vieja estancia pampeana con su montecito ensombrecido, potrero para los caballos y la tranquera abriéndose sobre la campiña invitadora a los largos galopes. Hasta allí suele llegar la hija Manuelita, en compañía de su marido Máximo Terrero y de sus hijos. En el museo de Luján se exhibe una carta de la hija de Rosas, dirigida desde Inglaterra a su amiga Pepita Gómez donde le cuenta, entre otras cosas: “…Yo monté a caballo y te aseguro que Tatita gozaba al verme sobre su caballo que yo creo que me encontraba hasta joven y liviana”. Sin duda alguna, la hija preferida de Rosas recordaría, en aquellos momentos, su heredada afición a la equitación y sus paseos hasta “los bajos de la Recoleta” o aquel que realizaba despidiendo a “mi Máximo” rumbo al campo de batalla poco antes de la definitiva acción de Caseros. En aquella oportunidad, según tradición, manuelita acompañó a caballo junto con una amiga, a su novio, hasta la calle real que llevaba al campamento de Santos Lugares (actual calle Nazca) para luego volverse y entrar a orar en la iglesia de San José de Flores. No es improbable que en esa ocasión entregara al elegido de su corazón, el pañuelo actualmente expuesto en el Museo Histórico Nacional. Años antes Manuelita había cabalgado por esos mismos lugares; pero entonces quien le acompañaba era un aristócrata inglés, lord Howden, plenipotenciario de Gran Bretaña que arribara a estas tierras en procura de un arreglo del espinoso conflicto producido entre la Confederación y los gobiernos de Inglaterra y Francia. El inglés, enamorado de la hija del Restaurador, solía salir a caballo –vestido a la usanza criolla- con Manuelita y sus amigos. Sánchez Zinny recrea sobre la base de ciertos episodios –muy especialmente a través de las cartas de la hija del Restaurador- las alternativas de aquel romance y al describir su “humana y atractiva cualidad de simpatía” expresa que “aumenta su potencia conquistadora cuando la lleva su corcel en alado galope”. Y agrega: “Pareciera absorber en su figura fugitiva, los misterios de la pampa, cuando sobre el lomo del brioso palafrén se lanza a la carrera”. Lo cierto es que la airosa amazona criolla, en aquella oportunidad, no sólo conquistó el corazón del enviado inglés –a quién, por otra parte, dio unas dulces “calabazas”, como lo prueban otras de sus cartas- sino que, de alguna manera influyó para que el plenipotenciario británico ordenara el levantamiento del bloqueo con gran alboroto de las cancillerías europeas, especialmente la francesa. Quizá no resulte aventurado conjeturar que en todo esto debió haber andado el hábil juego político del Restaurador, tan diestro en esto como en amansar al bellaco más “idioso”.

El salto de la maroma

Entre las destrezas hípicas de Rosas, y con las ya mencionadas que forman parte de lo que podríamos calificar de “trabajos-juegos” rurales, tales como domar, apartar, bolear, enlazar, etc. se encuentra el llamado “salto de la maroma”, peligrosa prueba prácticamente desaparecida de las justas tradicionalistas organizadas por los cultores de la vieja hípica nacional. ¿Qué es esto de “salto de la maroma”? Veamos como la describe J. Miller, comentando las costumbres camperas de antaño en el campo argentino. “Entre las cosas que hacen para divertir a los huéspedes, la destreza en montar a caballo es la ostentación favorita de un estanciero. Este dispone que traigan unos cuantos potros sin domar y que los metan en el corral, que es un círculo de fuertes estacas elevadas en el suelo y atadas unas a otras con tiras de cuero; algunas veces son de tapias de tierra o de piedra. Colocan una barra a una altura proporcionada en la única entrada que tiene el corral, la cual es tan estrecha que no cabe más que un caballo a la vez. Un peón se pone encima abierto de piernas y se deja caer perpendicularmente sobre el lomo de uno de los potros que pasan al galope por debajo y se sostiene en pelo, sin silla ni brinda, asegurando sus largas espuelas contra la barriga del potro, el cual principia a hacer corcovos, a dar coces, dar brincos, levantarse de manos, saltos de carnero (sic) y cuantos esfuerzos puede para tirar al jinete, hasta que asustado y rendido se deja manejar perfectamente”. Salvo los antojadizos saltos de “carnero” del equino, la descripción puede darse como valedera, ya que la riesgosa prueba consistía esencialmente en el “descolgamiento” de un jinete, suspendido del travesaño o “maroma” del corral, sobre el lomo del potro que –muchas veces junto con otros animales- pasaban tranquera afuera. Se asegura que Rosas para este “juego”, donde la menor falla en el cálculo podía convertir el “salto de la maroma” en un salto hacia la muerte, no buscaba peones para ejecutarlos sino que personalmente se encaramaba sobre la tranquera para “sentársele” al bagual que en un torbellino de polvo, crines y lomos tremantes, pasaba bajo sus ojos acerados y sus piernas vigorosas.

Carlos Ibarguren, hacia el final de su biografía “Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo” describe los ranchos de “Burguess Farm” y dice que conoció al único peón sobreviviente, a principios del siglo XX, de cuantos trabajaron con Rosas allí. Se llamaba Henri Coward. “Este anciano –dice Ibarguren- callado y abrumado por la edad tornóse verboso al hablar de su ilustre patrón y de sus genialidades. Le evocaba montado en su caballo oscuro, que él mismo enlazaba y ensillaba con apero y que a los ochenta años saltábalo sin tocar el estribo, llevando lazo, espuelas y boleadoras”. Sin entrar a considerar si Rosas, octogenario –pese a su reconocido vigor físico- podría o no saltar sin estribar un caballo ensillado, resulta notorio que su vieja afición a la práctica ecuestre criolla no declinó ni aún al término de su vida.

Quizá haya un poco de jactancia cuando en carta a Josefa Gómez, le dice que a los 73 años, “tiro el lazo y las bolas como cuando hice la campaña a los desiertos del Sud en los años 33 y 34”, pero es evidente que su salud lo mantuvo fuerte y vigoroso hasta poco antes de su muerte, ocurrida en marzo de 1877. Por eso, no deberá resultar extraño que lejos y viejo, recuerde revolviendo papeles amarillentos de tiempo, aquel “bayo, del Entre Ríos” con el que seguramente disfrutó satisfacciones de jinete, que especialmente los que sabemos del goce del galope sobre el patricio atalaya de un pingo criollo podemos considerar y valorar.

Fuente
Aguirre – Los caballos del Restaurador.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Todo es Historia – Año III, Nº 29 – Setiembre de 1969


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Perros cimarrones

Pocas veces se ha dicho que el perro como el caballo, el arcabuz y la ballesta fueron las principales armas que usaron los españoles, no sólo para someter sino para aniquilar a los indígenas. No se crea sin embargo, que el perro de guerra fue una invención hispana. Era empleado en la antigüedad por griegos, romanos y bárbaros, como un verdadero combatiente, pero fue en América donde participó en las luchas entre europeos y naturales, con mayor fuerza que en el Viejo Continente.

Penetrando ahora en la médula del asunto, vamos a demostrar hasta que punto el perro, animal ignorado en América, se constituyó en el arma secreta del Siglo XVI.

El primero que apeló a la bravura de los perros de presa para esclavizar a los hombres primitivos del Nuevo Mundo fue el mismísimo Cristóbal Colón, quien en su segundo viaje trajo a tierras americanas una jauría de perros alanos. Unos grabados de la portada de “Historia de los Castellanos en las Islas de Tierra Firme y del Mar Océano” de Antonio Herrera, así lo documenta.

Con veinte alanos de pelo bermejo y hocicos negros, sostuvo el almirante un sangriento combate con los indios de La Española. Y desde entonces, la participación en la guerra de la conquista de estos perros de lucha constituyó un recurso despiadado que costó la vida de millares de indios.

A dichos perros se los adiestró en la caza del aborigen, cebándolos con su carne, según se desprende de la información de fray Antonio de Remesal, utilizada por el escritor Alberto M. Salas en su documento trabajo sobre “Armas de la Conquista”. Dice el padre De Remesal que el vientre de los perros “fue sepultura de muchos reyes y caciques aborígenes”.

Estas cacerías y perrerías del siglo XVI se generalizaron por todo el continente. El cronista Oviedo, habla de un perro famoso llamado Becerrico. Lo trajo Pedrarias en 1514 y fue padre del célebre Leoncico, nacido en la isla de San Juan y propiedad del descubridor del Océano Pacífico, Vasco Núñez de Balboa.

Leoncico era un verdadero maestro de desgarramientos y capturas. El solo hacía más muertos y prisioneros que los soldados de su amo, por lo cual, desde entonces, se le reconoció el derecho, por acuerdo unánime, a tener parte como cualquiera de los hombres de Balboa, en el botín de oro y esclavos. Por supuesto, que esa parte le correspondía a Vasco Núñez. Sobre este particular es interesante oír lo que el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo comenta de Leoncico: “Era hijo del perro Becerrico… y no fue menos famoso que el padre. Era de un instinto maravilloso… y era tan gran ventor que por maravilla se le escapaba ninguno que se les fuese a los cristianos. Y como lo alcanzaba, si el indio estaba quedo, asíale por la muñeca o la mano, o traíalo tan cariñosamente sin morderlo, ni apretarlo, como lo pudiera traer un hombre; pero si se ponía en defensa, hacíale pedazos. Y era tan temido de los indios que si diez cristianos iban con el perro, iban más seguros y hacían más que veinte sin él”.

En todo el Darién, según los cronistas de la época, se utilizaron perros de presa. Para no ser menos que Pedrarias y Balboa, Nicuesa, colonizador de Castilla de Oro, hombre de larga fortuna, agudo ingenio y eximio maestro de la guitarra, adquirió un perro que lo siguió en todas sus peripecias. Un buen día, este fiel animal leyó quien sabe que oscuros designios en los ojos hambrientos de su amo (Nicuesa y los suyos se morían de inanición en las márgenes malsanas del río Belén) que lo obligaron a salir, rabo entre piernas, rumbo a las montañas para no regresar más…

Nicuesa lamentó muchísimo la pérdida de su fiel animal, cuando dos días después de la desaparición del perro, el bravo y aguerrido capitán Alonso de Ojeda, colonizador de Urabá, llegó a salvarlo de tan difícil trance.

Volviendo a Leoncico, el can de Balboa, cabe destacar que en la mañana del 12 de enero de 1519, en la que su amo subió al cadalso con estoica dignidad, lo acompañó hasta último momento, y cuando la cabeza del conquistador rodó tronchada, Leoncico estremeció con su lúgubre aullido a los verdugos de Balboa.

La gran jauría de Gonzalo Pizarro

A fines de 1541, Gonzalo Pizarro, a la sazón gobernador del reino de Quito, emprendió la conquista del país llamado de la Canela y de Quijos, esas tierras misteriosas que algunos identificaban con el Dorado.

Partió Pizarro desde la ciudad de Quito al frente de 300 hombres, de los cuales llevaba un tercio a caballo. Iban además 4.000 indios auxiliares, 3.000 cabezas de ganado y nada menos que 900 perros de presa.

La marcha de la expedición resultó en extremo dura y fatigosa. Los perros fueron empleados esporádicamente y por puro entretenimiento para amedrentar a los indios de la provincia de Omagua. Don Gonzalo cometió actos de crueldad innecesarios “echando a los perros” contra los desprevenidos naturales.

La expedición resultó un fracaso y al emprender el regreso, los hambrientos soldados de Pizarro, que llegaron a comerse hasta sus correajes y adargas de cuero, encontraron en los famélicos perros un buen alimento, no desdeñando ni a los más sarnosos.

A esta altura de la narración perderíamos la oportunidad de señalar dos cualidades del perro archisabidas por el hombre de campo, si no nos detuviéramos un momento para consignarlas. El perro, por más bravo que sea, no ataca a las personas que se sientan o se ponen de rodillas o cuclillas. Oviedo, en su “Historia General”, cuenta al respecto este caso: “…soltado el perro luego la alcanzó y como la mujer le vio ya tan denodado contra ella, asentase en la tierra y en su lengua comenzó a hablar y decirle: Perro, señor perro…”. En estas circunstancias, los perros de los conquistadores sólo se limitaban a asir a los indígenas por la muñeca o la mano y llevarlos “tan ceñidamente sin mordedura y apretarse, como pudiera traer un hombre”. La otra cualidad es la de poseer un olfato especial que le permite percibir la cantidad excesiva de adrenalina que despide el cuerpo del sujeto asustado. Este olor tiene la particularidad de provocar el furor del perro.

Odio y terror al perro de presa

En las Isla de las Perlas, las conquistas de México y el Perú, la entrada del ejército de Diego de Rojas en territorio argentino, las andanzas y aventuras de Giménez de Quesada y Francisco de Villagra, tuvieron destacada actuación los perros alanos. Los soldados de Narváez hicieron destrozar por los perros a la madre del cacique Chirihigua y en Panamá murieron 18 caciques más en la misma forma. Los perros de Hernán Cortés fueron inmortalizados por los indígenas que los retrataron en las famosas telas de Tlaxcala, y Pedro Mártir de Anglería, menciona en varias páginas otros perros de guerra de la Conquista.

Se salía a “perrear” y a “ranchear” con la misma desaprensión con que salían de caza, pero esta arma poderosa de los conquistadores, que causaba justificado terror, se volvió pronto contra ellos. Algunos perros bravos se alzaron en Cuba, y al cabo de poco tiempo se multiplicaron de tal forma que llegaron a convertirse en serio peligro para los pobladores de las Antillas. Los indios comenzaron a amaestrar canes cimarrones y el perro, que había sido el terror de los americanos, pasó a formar parte del hábitat aborigen. En cada rancho había una pareja y no existía pueblo en América donde no se contaran quinientos o mil. Gonzalo Giménez de Quesada, fundador de Bogotá, preocupado por la proliferación canina, puso el grito en el cielo. Quesada pensaba –y pensaba bien- que llegaría un día en que “los indios puedan alzarse con el arma viva de estos animales” Proponía al rey de España que “mande que ningún indio pueda tener perro, si no fuere tan solo cacique, y éste que tenga un perro o dos solamente y macho y no hembra, porque no pueda hacer casta”.

Cimarrones y lobizones

No falta quien atribuya a esos perros cimarrones, tan feroces y devastadores de ganado como el lobo, el origen de algunas leyendas, supersticiones y refranes sobre el tema del perro. Mencionaremos las más conocidas, esto es, la del Lobizón y El Familiar; la del perro negro de las ceremonias del lavatorio de ropas de los difuntos; la de los perros fantasmas que acompañaban a los demás perros a ladrar a la Luna, a ver el alma de los que acababan de morir, a encontrar la cueva donde se escondía el secreto de alguna fuga mágica, a ladrarle a la Muerte y al espíritu de los condenados.

El terror y el odio al perro de presa en América, nace del pánico causado por los perros cimarrones que abundaban no solamente en las Antillas, sino también en la campiña uruguaya, donde según el padre Cayetano Cattáneo se habían multiplicado prodigiosamente durante el siglo XVIII. Oigámoslo: “Estos perros vivían en cuevas subterráneas. Feroces y crueles como los lobos y las hienas, llegaron a hacerse tan temibles, que se organizaron expediciones militares para exterminarlos”. Fray Gervasoni, contemporáneo de de Cattáneo, vio grandes manadas de perros en la Banda Oriental a comienzos del siglo XVIII. Repetiremos con Franklin Mayer, una frase de aquel sacerdote: “No he visto en ningún país, perros en tan gran número y de tan marcada corpulencia como aquí”.

Manuel Antonio de la Cruz, citado por Fernando Salas, juez de campaña en la Banda Oriental, escribía al gobernador Ruiz Huidobro: “… que es tanta la cantidad de perros cimarrones y lo mucho que procrean por el poco cuidado que hay en matarlos que es imponderable el daño que hacen a los ganados de manera que sin ponderación ninguna se puede asegurar que más de la tercera parte del procreo se lo come la cimarronada”. El juez solicitaba al gobernador que se ordenase a los vecinos a cooperar en la matanza de perros cimarrones.

Artigas utilizó a la “cimarronada”

Los perros cimarrones dejaron sin embargo, un recuerdo histórico que mueve a la gratitud ciudadana, como se desprende de la información de Arreguine sobre la situación de José Gervasio de Artigas en el año 1817. Es la siguiente: “Diezmadas se encontraban las fuerzas del Libertador; rota, aunque no abatida, su bandera; sombrío el porvenir y sin más esperanzas que la muerte, pero el altivo caudillo de los orientales rechazó con altura la degradante proposición que se le hacía, contestando al enviado del generalísimo portugués (general Carlos Federico Lecor): “Dígale a su amo que cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces, los he de pelear con perros cimarrones”. Luego agrega el historiados: “Todo esto no fue un vano alarde, pues en más de una refriega, también éstos (perros cimarrones) tomaron parte a favor de los republicanos, de quienes parecían ser aliados en aquellas horas de correrías y vicisitudes en que los americanos compraban la independencia al precio de la vida”,

Diremos también, que estos perros cimarrones fueron los asesinos de un gran periodista: el famoso padre Castañeda.

Durante el coloniaje existieron también perros cazadores de avestruces, guasunchos y quirquinchos, de los que nacieron muchos proverbios, refranes, etc. “Nunca escapa el cimarrón, si dispara por la loma”, dice Martín Fierro.

Un can llamado Alce cuidaba él solo en los valles del Alto Perú colonial más de cien ovejas. En febrero de 1781 los perros de Oruro (Bolivia) participaron de la indignación popular de los criollos ante el descubrimiento de una conjuración extranjera. En Colombia se hallaron doce perritos de oro que parecen haber sido el símbolo de la lealtad en la complicada mitología indígena, y era creencia generalizada que el perro es hijo de Dios y el gato del diablo, y que su día es el jueves.

En el interior se creía que algunos perros nobles eran guías de almas y el ejemplo del trato que recibían en Chile sirvió de argumento a los araucanos para hacer oír sus razones en la lucha por la reconquista de sus derechos sociales y políticos.

Cuenta el cronista José Rodríguez Frosle, a raíz de la muerte de un arzobispo de Bogotá, en 1590, que una vez que se extravió mientras cazaba en las cercanías de las vertientes de Frusangá y que fue hallado gracias a una perra de propiedad de su sobrino don Fulgencio de Cárdenas.

Los perros de Carlos V

Mientras todo esto ocurría en América, en el Viejo Continente también seguían empleándose los perros en la guerra, contándose que figuraban 400 de la mejor raza en el ejército de Carlos V, utilizados para combatir a Francisco I de Francia; y sabemos que en el siglo XVI la milicia piamontesa equipaba los perros en número de 200, formando así cuerpos que les proporcionaban muchas satisfacciones en los combates de montaña.

En el libro del romano Flavio Vegecio Renato “De re militari”, se recomienda que en las torres de las fortalezas se tengan perros de olfato muy fino para avisar la presencia del enemigo.

Además de emplearlos en la vigilancia y en las luchas, los antiguos los utilizaban para sostener las comunicaciones entre los ejércitos y sus puestos de avanzadas. Para conseguir este objeto hacían tragar a los perros los despachos de que eran portadores, y al llegar a sus destinos se los mataba para extraerles del estómago el parte de guerra que conducían.

Los cronistas del siglo XVI nada expresan respecto a la rabia canina, cuya difusión llenó de horror las campiñas bonaerense y uruguaya durante la mitad del siglo XIX. Los perros cimarrones fueron portadores del virus, que no solo trasmitieron a los animales domésticos, sino al hombre, difundiéndolo en forma de epidemia.

Fernando Salas, que se ha ocupado exhaustivamente de los peros cimarrones que infectaban la campaña de la Banda Oriental, cita una lejana referencia de un delegado gubernamental en Paysandú, Nicolás Delgado, quien en el año 1808, en un amplio informe dirigido a las autoridades habla del mal de la rabia.

Fue tanto el temor que despertaron los perros a mediados del siglo pasado, que se llegó a disponer el exterminio total de los mismos, “exceptuando los de casta fina, los de agua, los de perdices y los de presa que sirven para resguardo de la casa, pero con prohibición de tenerlos sueltos y obligarlos a mantenerlos con bozal”.

Los perros cimarrones constituían verdaderas plagas en la campaña y lo fueron hasta bien entrado el siglo XIX.

En 1820, el gobierno de Buenos Aires organizó una “expedición” contra los cimarrones; se mataron muchos canes pero los soldados no quisieron regresar a repetir la hazaña porque en la ciudad los muchachos los llamaban “mataperros”.

Bernardino Rivadavia promulgó los más variados y extravagantes decretos, entre otros el que disponía la persecución de perros en Buenos Aires porque uno de ellos tuvo el atrevimiento de ladrar el caballo del Presidente, que, siendo mal jinete, dio con su osamenta en el barro. Esto permitió que al día siguiente, barras de chicos se divirtieran recorriendo las calles de Buenos Aires en persecución de “perros ladradores de caballos”, sobre todo si eran el “caballo del presidente”.

Tal vez por esta condición dañina de los perros, que se alimentaban de vacunos y lanares, como si fueran fieras, nuestros criollos nunca les tuvieron demasiado cariño. Al pero se lo tolera al lado del hombre de campo, pero sin provocar los extremos de mimos y cariño que otros pueblos, especialmente los anglosajones, suelen dedicarles. Cuando Sarmiento salió con aquello de “sed compasivos con los animales”, todo Buenos Aires se rió; el argentino era uno de los pueblos más incompasivos con los seres irracionales. Hasta Clemenceau se asombraría de l amanera brutal como se domaban los potros, en 1910. Es significativo que en el “Martín Fierro” nunca se hable de los perros y que muy pocos personajes célebres de nuestra historia hayan tenido a su lado canes. Una excepción fue Urquiza, que siempre tenía dos o tres muy grandes y los llevaba en sus campañas; el más conocido era uno llamado “Purvis”, tal vez en recuerdo del almirante inglés que mandó una de las flotas bloqueadora del Río de la Plata. Rosas no parece haber tenido perros en su intimidad e inclusive en sus famosas “Instrucciones” ordenaba no permitir más que unos pocos en los puestos y cascos de sus estancias.

Pero estas son ya historias particulares. Y lo importante de esta nota es establecer la evolución que tuvo la imagen del can en la historia americana y argentina: de terrible cazador de hombres y plaga de la campaña hasta el fiel y agradable compañero que es hoy.

Fuente
Abregú Mittelbach, Guillermo – Perrerías.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fernández de Oviedo, Gonzalo – Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano.
Todo es Historia, Año II, Nº 13, Mayo 1968.
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Caballo inolvidable

Chupete (1959 – 20/04/1992)

Darse cuenta de que, un caballo con treinta años de servicio ya lo dio todo, con la evidente torpeza motriz de intenso y acumulado servicio como integrante de la Fanfarria Militar “Alto Perú”, del Regimiento de Granaderos; y que de no mediar la intervención de la naturaleza, hubiera sido víctima del inexorable descarte.

Por eso el caballo de nuestra historia tenía algo más.

Los hombres de Caballería, acostumbrados al contacto con estos magníficos animales, advirtieron que este compañero protocolario tenía virtudes que lo diferenciaban.

La Jefatura dispuso entonces que el efectivo: “Chupete”, tal su nombre, pase a retiro con el grado de (Suboficial Principal), y que pueda deambular libremente y a voluntad por el Cuartel, haciéndose responsables todos los integrantes de la Unidad de su bienestar, y si el animal en su licencia, elegía otro box para descansar que no le perteneciera, no debía ser molestado.

Cuando mansamente se distendía en los márgenes de la caballeriza, y oía a lo lejos, acordes de la Fanfarria montada que se aprestaba a partir hacia un acto, ladeaba las orejas y en forma rauda e intempestiva se dirigía a reunirse con la comitiva, tomando su lugar de tamborilero (sin jinete), en la formación, en donde nadie se lo impedía, excepto cuando se lo apartaba y amarraba con un cinto al cuello, antes de traspasar los umbrales de salida del Regimiento, quedándose con las ganas.

Cuantas historias de amistad y respeto fluyeron en torno a este caballo.

En la última etapa de su vida del año 1992, se desplomaba de cinco a seis veces al día, y los soldados solidarios con el camarada, lo ayudaban con arneses a reincorporarse.

En Abril de ese año cayó circunstancialmente en el jardín histórico, y sus lánguidos ojos y rodillas vencidas indicaban que ya no iba a levantarse.

La Jefatura con dolor, a poco de conmemorarse el “Día de la Caballería”, ordenó sacrificarlo en ese mismo lugar y allí darle sepultura.

El Suboficial Mayor Oropesa que lo montó todos esos años, fue mudo testigo de esta despedida. Nadie pronunció palabra alguna, sólo había nudos en las gargantas.

Y cuando todo parece perdido y nos circunda la tristeza, aparece nuevamente como auxilio la imagen amiga de “Chupete” en el recuerdo, empujando con su hocico la puerta trasera del Escuadrón Chacabuco, en espera mañanera, que soldados le sirvan su ración diaria de mate cocido y pan en su balde, que comparte como de costumbre, junto a ellos.

La placa de homenaje en el Jardín Histórico dice: “Aquí descansan los restos del caballo “Chupete”, último exponente de la raza Orloff que prestara servicios en esta Unidad durante 30 años ininterrumpidos como timbalero”.

Fuente
Veintemilla, Sarg Ay Héctor Omar – (testimonio)
Urueña, Pedro Alberto – Presidente de la “Asociación de Granaderos Reservistas de la República Argentina” – (texto).
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jueves, 28 de abril de 2011

Un "Viejo Camarada"

El pasado día 23, día de San Jorge, se festejó el día de la Caballería. (Muchos no entenderán que significa eso para nosotros, y mucho menos que significa la palabra “ORLOFF”, va un cuentito para saberlo).

Es fácil darse cuenta que un caballo con treinta años de servicio en el lomo ya lo dio todo, viendo la evidente torpeza motriz del intenso y acumulado servicio como integrante de la Fanfarria Militar “Alto Perú” del Regimiento de Granaderos a Caballos. De no mediar la intervención de la naturaleza, hubiera sido víctima del inexorable descarte y retiro a un campo.

Por eso el caballo de nuestra historia tenía algo más.

Los hombres de Caballería, acostumbrados al contacto con estos magníficos animales, advirtieron que este compañero protocolario tenía virtudes que lo diferenciaban.

La Jefatura dispuso entonces que el efectivo: “Chupete”, tal su nombre, "pasara a retiro con el grado de "Suboficial Principal" y que pudiera deambular libremente y a voluntad por el Cuartel de Granaderos, haciéndose responsables todos los integrantes de la Unidad de su bienestar y si el animal - en su licencia - elegía para descansar un box distinto al que le pertenecía, no debería ser molestado".

Cuando mansamente se distendía en los márgenes de la caballeriza y oía, a lo lejos, acordes de la Fanfarria montada que se aprestaba a partir hacia un acto, ladeaba las orejas y en forma rauda e intempestiva se dirigía a reunirse con la comitiva, tomando su lugar de timbalero en la formación, en donde nadie se lo impedía, excepto cuando se lo apartaba y amarraba con un cinto al cuello, antes de traspasar los umbrales de salida del Regimiento, adonde se quedaba con las ganas.

Cuántas historias de amistad y respeto fluyeron en torno a este caballo.

En la última etapa de su vida, se desplomaba de cinco a seis veces al día, y los soldados, solidarios con el camarada, lo ayudaban con arneses a reincorporarse.
En aquel abril de hace unos años cayó circunstancialmente en el jardín histórico, y sus lánguidos ojos y sus rodillas vencidas indicaban que ya no iba a levantarse.

La Jefatura con dolor, a poco de conmemorarse el “Día de la Caballería”, ordenó sacrificarlo en ese mismo lugar y allí darle sepultura.

El Suboficial Mayor Oropesa que lo había montado todos esos años, fue mudo testigo de esta despedida. Nadie pronunció palabra alguna, sólo había nudos en las gargantas.

Y cuando todo parece perdido y nos circunda la tristeza, aparece nuevamente como auxilio la imagen amiga de “Chupete” en el recuerdo, empujando con su hocico la puerta trasera del Escuadrón Chacabuco, en espera mañanera, que soldados le sirvan su ración diaria de mate cocido y pan, en su balde, que comparte, como de costumbre, junto a ellos.

La placa de homenaje en el Jardín Histórico del Regimiento dice:
Aquí descansan los restos del caballo “Chupete”, último exponente de la raza “Orloff” que prestara servicios en esta Unidad durante 30 años ininterrumpidos como timbalero”.

Fuente
Veintemilla, Sarg Ay Héctor Omar – (testimonio)
Presidente de la “Asociación de Granaderos Reservistas de la República Argentina” – (texto).

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martes, 26 de abril de 2011

Fallecimiento del Brigadier Mayor Olmedo

Ha muerto uno de los cóndores de la Patria. El 22 de abril a los 104 años de edad voló a la eternidad el Brig. My. Ricardo Pedro Olmedo.


Por el Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila (*)

Una perdida dolorosa para el país, las FFAA y la Fuerza Aérea Argentina. Nació en Mendoza un 22 de mayo de 1906, egreso como subteniente de Infantería (Prom CMN 51) el 22 de diciembre de 1925 y pasó a integrar la Fuerza Aérea el 20 de junio de 1944.
Su vida de soldado y aviador esta plena del romance de aquellos primeros que conquistaron el aire y dieron forma a la organización que sirviera de sustento a la aviación.
Con una memoria privilegiada recordaba su pasado y, entre ello, su asombro infantil cuando vio desplomarse de los cielos al intrépido Jorge Newbery.
Resumía sus sueños cuando decía "Naci en Mendoza, desde la cuna aprendí a levantar la vista y mirar los cerros".
La aviación argentina debe a su creatividad y trabajo algunas de las instituciones que nacieron para materializar la conquista del espacio y los militares encuentran en su figura el ejemplo del hombre con vocación de servicio, el caballero de digna acción y al patriota sin tacha.
Su figura espigada y su paso firme no mostraban que más de un siglo llevaba en su mochila de la vida.
La presencia del Brig. My. Olmedo en las ceremonias era un privilegio que el daba con fuerza y coraje a sus semejantes.
La Patria ha perdido uno de sus cóndores que en sus últimos aleteos nos dice de su grandeza.
Aquellos que hemos tenido el privilegio de compartir algún tiempo con este magnífico señor jamás olvidaremos sus consejos y sueños siempre remozados amando a la nación a la que sirvió con honor.

(*) LMGSM 1 - CMN 73 -VB

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sábado, 23 de abril de 2011

¿CÓMO ES POSIBLE QUE AÚN SIGAN EN FUNCIONES?

Nuevamente la incapacidad del gobierno está presente, al nombrar titular de este importante Ministerio a la vieja dirigente y militante Montonera, la Dra. Nilda Garré. ¿Quién es Garré? Nada menos que la “comandante Teresa”, cuñada de uno de los principales dirigentes montoneros: Fernando Abal Medina.

Por el Dr. Alfredo Raúl Weinstabl
 

Es muy probable que mucha gente no lo sepa. No obstante todos, seguramente lo intuyen inconscientemente.

Dentro de las muchas funciones que tiene un Estado, la principal, la esencial, es el de proporcionar Seguridad a sus habitantes. Inclusive es la razón por la cual, hace muchos siglos atrás fue una de las causas de la formación de grupos y comunidades organizadas.

El relatar, cuando en los albores de la humanidad, esta salió del “Estado de la Naturaleza” como lo denominó Thomas Hobbes (ref.1), para convertirse en comunidades organizadas, llevaría varias páginas y no es el motivo de esta corta nota.

En forma muy breve y sintetizando lo expresado en el párrafo precedente, el hombre comenzó en aquel entonces, a agruparse en clanes y pequeñas comunidades para lograr un mayor nivel de seguridad, que viviendo o estando aislados, para enfrentar a sus eventuales enemigos, animales salvajes y otros peligros.

Era simplemente el buscar dar respuesta al instinto más fuerte y poderoso de todo ser vivo: el de la propia conservación.

El sentirse seguro significaba dejar atrás el estado de temor, miedo y angustia en la cual vivía permanentemente y al encontrar un poco de paz, poder dedicarse a otras tareas que hacían a sus necesidades.

Cuando ese proceso comenzó, significó el nacimiento embrionario de lo que hoy es el Estado de un país o de una Nación.

Nos debemos preguntar: ¿cumple el Estado de nuestro país con esta obligación y responsabilidad primaria que le es propia e indelegable?

La respuesta que podemos dar sin temor a equivocarnos es rotundamente no. Las estadísticas muestran a las claras que la inseguridad ha batido todos los records históricos y que los delitos se han incrementado a niveles nunca visto anteriormente en nuestro país.

Diariamente vemos delitos de todo tipo y alevosos crímenes sin sentido. La gente siente temor en caminar por las calles

Durante casi más de siete años el gobierno lo ha negado sistemáticamente afirmando que era “una sensación de inseguridad creada por los medios”.

Ya casi al finalizar el segundo mandato de la perversa gestión de la dinastía de los Kirchner, al gobierno le resulta imposible tapar el sol con las manos, e indirectamente se ve obligado a admite la verdadera situación, al crear el flameante Ministerio de Seguridad.

Pero nuevamente la incapacidad del gobierno está presente, al nombrar titular de este importante Ministerio a la vieja dirigente y militante Montonera, la Dra. Nilda Garré.

¿Quién es Garré? Nada menos que la “comandante Teresa”, cuñada de uno de los principales dirigentes montoneros: Fernando Abal Medina. Este es el que ejecutó de un tiro en el pecho al ex presidente Pedro Eugenio Aramburu, rematándolo con otro en la cabeza, en abril de 1970.

Es muy posible que la ministra sepa como armar e instalar una bomba terrorista, asesinar a un vigilante en una esquina para robarle la pistola reglamentaria o custodiar una cárcel del pueblo.

Pero no caben dudas que no tiene la más mínima idea sobre cómo manejar y conducir una institución de nuestra Nación…y menos aún de una tan esencial como lo es la Policía Federal.

Desde que asumió su nuevo ministerio el delito no dejó de incrementarse vertiginosamente.

No es para menos, en vez de motivar a la institución que la República creó para combatir el delito, desde el mismo comienzo de su gestión, esta fue objeto de humillaciones y vejaciones públicas y otras acciones que la hacen ineficaz operativamente para la lucha contra el crimen y el delito.

En realidad, Garré pareciera que más que buscar soluciones a la inseguridad, dedica sus mayores esfuerzos en poner palos en la rueda y perturbar al gobierno de la Ciudad de Bs. As.

El reciente retiro intempestivo e unilateral de efectivos de la Policía Federal que custodiaban edificios públicos en la Ciudad y dejó a estos a merced de la delincuencia, en un total estado de indefensión, es una muestra de ello.

La inseguridad ha llegado a tal nivel que los ciudadanos ya tienen temor de salir a la calle en cualquier hora del día y mucho menos en la noche. No hay lugar en donde se esté a salvo de acciones delictivas: desde los barrios más residenciales hasta los más alejados del conurbano, desde las calles más transitadas y concurridas hasta los más solitarias y aisladas.

Prácticamente de cada familia argentina, algún miembro de la misma, fue blanco de un delito.

Arrebatadores, descuidistas, punguistas, estafadores, narcotraficantes, ladrones de gatillo fácil, asesinos de sangre fría, violadores, estafadores, motochorros y así los delincuentes van perfeccionando sus tácticas impunemente y la lista de modalidades delictivas va incrementándose rápidamente, ante una ciudadanía atónita y totalmente indefensa.

Solamente en las últimas semanas, personalmente fui objeto de dos delitos de los mencionados.

Obviamente Garré no es la única responsable. Hay una cadena de responsabilidades conexas y directamente relacionadas.

Los ministros de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, los Jefes de Gabinete y la ministro de Seguridad de la gestión de Cristina Kirchner, fueron fracasos rotundos por su lamentable desempeño, la absurda e incomprensible justicia “garantista” promovida por el gobierno y fundamentalmente por la política de exclusión social (dije bien, exclusión social y no inclusión social como la presidente pretende hacernos creer (ref.3)), hacen que entre otros muchos complejos factores, el delito y la criminalidad sea cada vez mayor.

Uno de los graves problemas de nuestro país, que como otros tantos, fueron ocultados a la opinión pública y nunca fueron reconocidos por el gobierno, y, como consecuencia lógica, nunca fueron adoptadas las medidas correctivas adecuadas.

En este estado de cosas, tan visible y evidente que no se encuentra explicación que la presidente no adopte las medidas necesarias para buscar revertir la situación que día a día se agrava aún más.

¿Será la presidente tan autista que no ve los desastrosos resultados en la Seguridad de su gestión?

Debería deshacerse rápidamente de la gente ineficiente e incapaz que empaña su gobierno

¿Es tan difícil reemplazar a un bocón sumiso, obsecuente y desaforado como Aníbal Fernández, o al Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, por la increíble torpeza verbal en que incurrió cuando se refirió a Vargas Llosa? ¿Es tan difícil reemplazar a la Sra. Garré por su manifiesta incompetencia?

¿O será que porque Cristina es en última instancia la principal responsable de esta caótica situación y no adopta ninguna medida para no reconocer su fracaso?

NOTAS:
(1) Thomas Hobbes (1588-1679) Filósofo político inglés.


(2) Claudio Izaguirre, Presidente Asociación Antidrogas de la República Argentina, lo llamaba el Narcoministro, por sus errores y torpezas en la lucha contra en narcotráfico.


(3) Si bien no se conocen cifras concretas, se estima que cerca del 30% de los argentinos viven debajo de la línea de pobreza. Casi uno de cada tres argentinos, no tienen ninguna posibilidad de planear o prever su vida y sin perspectiva alguna para su futuro. Prácticamente son ciudadanos excluidos y marginados de nuestra sociedad sin ninguna posibilidad de mejorar su propia situación ni la de sus hijos y que sobreviven a duras penas por las ayudas sociales que otorga el gobierno. Dentro de ese porcentaje casi cuatro millones de argentinos viven en total indigencia.


La vocecita conocida

La veo en la pantalla a la dueña de esa vocecita conocida vestida de negro, sigue hablando o retando no se a quien, no la entiendo porque otra vez en mi cabeza esa vocecita conocida me grita idiota! ¡idiota! ¡idiota!

Por Darío

Hoy me levanté temprano, no pude dormir bien porque durante la noche sentí ruidos extraños en la terraza. Me levanté varias veces para comprobar si las puertas estaban bien cerradas, si las rejas no habían sido forzadas, mientras lo hacía lamenté no tener dinero para poner una alarma pero ya gasté demasiado en comprar un arma.

Encendí la radio mientras me afeitaba, escuché al Ministro Aníbal Fernández decir que la inseguridad era una sensación, y tiene razón es “una sensación... terrorífica” el sentirse a merced de los delincuentes.

Escuché después que la Ministra de Seguridad Nilda Garré había dispuesto varias medidas para combatir el delito, me sentí más tranquilo, por fin alguien que no esquivaba el bulto al tema. Cerré la canilla porque el correr del agua no me dejaba escuchar bien, decía el locutor que se habían hecho cambios profundos, echados algunos comisarios, sacadas las placas que tenían nombres de policías muertos por los terroristas, colocado un cartel en la Superintendencia de Seguridad Federal diciendo que allí había funcionado un centro clandestino de detención y que habían cambiado el nombre de tres institutos porque eran de otros tantos comisarios ligados a la represión.

A medio afeitar me quedé mirando la radio esperando pero el locutor pasó a otro tema, volví a abrir la canilla pero seguí atento ya que en cualquier momento completarían la noticia y al fin podría enterarme de las medidas esperadas.

Pero volvió Aníbal Fernández diciendo que estamos perdiendo la guerra contra las drogas, que lo único que se podía hacer era no perder por mucho.

Me quedé mirándome en el espejo, buscando algún síntoma de enfermedad, ya estoy viejo, no puedo concentrarme o me estoy quedando sordo, no pude entender o no escuché bien. De algún recóndito lugar de mi cerebro una vocecita conocida repetía con insistencia ¡idiota!

Terminé mi afeitada, me cambié, decidí ir a desayunar a un bar, olvidé decirles que soy un jubilado, ahora gracias a las elecciones próximas nos están dando aumentos y mayores descuentos en los remedios, aunque estos cada vez están más caros, muchos faltan porque Moreno cerró la importación pero hay que aguantar así por lo menos embromamos a esos capitalistas que tendrán que seguir esperando por sus autos nuevos de alta gama.

Buen tipo Moreno gracias a él tenemos los mejores índices de costo de vida, de producción, de desempleo y de pobres; si se presenta para presidente yo lo voto.
Otra vez escuché esa interna vocecita conocida diciéndome ¡idiota!

Antes de llegar al bar que está frente a la plaza tuve que darles como siempre cinco pesos a unos chicos que están en la esquina, ¡pobrecitos! fuman unos cigarrillos raros, toman cerveza desde temprano, les gusta jugar mucho con la gente, les sacan cosas y estos los corren o no quieren seguir el juego y siguen su camino de mal humor.

Cada vez que les doy los cinco pesos siento la misma vocecita conocida que me sigue diciendo ¡idiota!

Busco mi mesa preferida, le pido al mozo el desayuno y el diario, me pregunta cual quiero, le digo que menos Clarín y La Nación cualquiera, no estoy para leer malas noticias, con rara amabilidad me dice que hoy no le trajeron “Kirchnelandia” pero que están Tiempo Argentino y Página 12 que son lo mismo.

Me río sin entender bien la broma del mozo que encima me dice que aumentaron los precios un treinta por ciento. ¡Y yo que estaba tan contento con mi aumento de jubilación del quince por ciento! Otra vez resuena en mi cabeza esa vocecita conocida que repite incansable ¡idiota!

Mientras espero que me sirvan escucho de nuevo esa vocecita conocida, pero no proviene de mi interior sino del televisor, siento un gran alivio pues creía me estaba volviendo loco.

Es inconfundible, más ahora que la escucho a todo volumen, ya no dice ¡idiota! está diciendo “argentinos y argentinas, a todos y a todas…” la veo en la pantalla a la dueña de esa vocecita conocida vestida de negro, sigue hablando o retando no se a quien, no la entiendo porque otra vez en mi cabeza esa vocecita conocida me grita idiota! ¡idiota! ¡idiota! pero pareciera salir de la boca de ella con cada palabra que pronuncia.

Hoy volví triste a mi casa, ¿tendrá razón la vocecita conocida que me dice ¡idiota!?

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La villa 31, metáfora del país

Cada día que pasa, la villa 31 es más importante. Considerada durante mucho tiempo una pesadilla urbana, hoy es atracción turística, el arte la visita y suele ser el centro de la actualidad periodística más rabiosa. Tiene barrios interiores, y si bien el censo indica que la habitan 26.000 personas, sabemos que son más.
  
Por Alvaro Abos

Se cree habitualmente que las primeras villas miseria nacieron durante la década del 30, pero una rica exposición de fotografías que puede verse en estos días en el Pabellón de las Artes de la UCA, curada por Cecilia Cavanagh y Abel Alexander, con el título "La villa. Dignidad y miseria", documenta que en 1908 ya existían en la ciudad lo que el lenguaje burocrático nombra "asentamientos precarios". Es que entre 1880 y 1910 llegaron a esta ciudad cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se radicó en Buenos aires. Lo mismo hizo, entre 1936 y 1947, un millón de argentinos del interior.

La villa 31 se formó con migrantes y trabajadores golondrina de Puerto Nuevo y del ferrocarril, que levantaban casillas para pernoctar. Villa Esperanza fue su primer nombre.

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay una veintena de otras villas miseria, que albergan a un cuarto de millón de personas. A partir de estudios como el de la Universidad Nacional de General Sarmiento puede estimarse que en la provincia de Buenos Aires esa cifra alcanza a dos millones de personas. Las villas han creado su propio género musical, la cumbia villera, y numerosas representaciones literarias y artísticas. El nombre con el cual se conoce a estos asentamientos en la Argentina se adjudica a la novela de Bernardo Verbitsky Villa Miseria también es América (1957). Uno de los más grandes pintores argentinos del siglo XX, Antonio Berni, incorporaba a sus cuadros detritus que encontraba en los basurales y durante esas giras conoció bien las villas, tanto que dedicó una maravillosa serie de obras a un niño villero, Juanito Laguna, a quien Berni dijo haber conocido en villas de Flores Sur. La villa 31 tiene su protomártir, el cura Carlos Mujica, que dejó su cómoda casa burguesa, en Barrio Norte, para vivir y trabajar en la villa. Fue asesinado en 1974 por la Triple A, aunque algunos dicen que lo mataron los guerrilleros. La Capilla del Cristo Obrero, en el corazón de la 31, lo recuerda.

Las grandes urbes producen estos fenómenos: se calcula que son 1500 millones de personas quienes duermen bajo techos precarios en el mundo. Cada país le ha dado su personal denominación: chabolas (España), callampas (Chile), favelas (Brasil); algunas de esas denominaciones tienen sentido irónico: Cantegriles (Uruguay) o Pueblos Jóvenes (Perú).

La villa 31 de Retiro se distingue por un hecho poco usual: 30.000 personas ocupan uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, en el cual cada metro cuadrado puede valer hasta 6000 dólares. Cualquier proyecto urbanizador de esta villa despierta sospechas. Es que esos terrenos, debido a la valorización constante del espacio urbano, podrían originar un fabuloso negocio. A su valor inmobiliario, la villa 31 suma una situación estratégica: es el centro neurálgico de la circulación ciudadana, a tal punto que cuando sus moradores invaden las autopistas que la rodean, se paraliza el tránsito de toda la ciudad y sus alrededores.

A pocos metros de la villa 31, se alzan algunas de las joyas arquitectónicas y turísticas porteñas: rascacielos, hoteles de cinco estrellas, sedes del arte y la cultura como el edificio Kavanagh (1936), símbolo de la modernidad, o la casa en la que vivió cuarenta años el mayor escritor argentino, Jorge Luis Borges. Desde la villa 31 se aprecia la mejor vista del perfil norte de Buenos Aires, constelado de rascacielos. Es que, siendo Buenos Aires una ciudad sin alturas, la única manera de apreciar ese frente es desde el río. O desde la villa 31.

La villa 31 inquietó a muchos gobiernos, que intentaron por todos los medios eliminarla. En 1978, con la excusa de que causaría mala impresión a los visitantes que venían a ver el Mundial de fútbol, la dictadura mandó topadoras para borrarla del mapa. En poco tiempo, los expulsados volvieron.

Clorindo Testa y otros grandes arquitectos y urbanistas argentinos, preguntados por el mejor destino para la villa 31, sostenían que, tras compensar y entregar viviendas dignas a los actuales moradores, esos terrenos fiscales deberían parquizarse, tomando en cuenta que la ciudad de Buenos Aires tiene un gran déficit de espacios verdes. La OMS considera que el espacio ideal de zonas verdes en una ciudad es de 15 metros cuadrados por habitante, aunque el mínimo es de 10 metros cuadrados por habitante. Buenos Aires tiene? 6,1 metros cuadrados verdes por habitante.

Parquizar la villa 31 fue la propuesta que Mauricio Macri sostenía hasta que el último día de 2009 sus legisladores votaron por la urbanización, en una sesión maratónica en la que el plan maestro, elaborado por la Facultad de Arquitectura, se aprobó sin el debate que la ciudad se merecía, a la madrugada, entre la votación de un subsidio a un club de Villa Urquiza y la declaración de ciudadano ilustre para Gerardo Sofovich.

¿Por qué los vecinos de la 31, en su mayoría, no aceptan contraprestaciones que les permitirían acceder a viviendas mejores en otras zonas? ¿Por qué prefieren permanecer sin instalaciones de agua, luz, gas y cloacas, o con esos servicios provenientes de conexiones elementales, en general autoinstaladas? ¿Por qué pintan y revocan cada día sus casas, en un esfuerzo titánico por mejorarlas?

Saben que, como dice el refrán, el que resiste gana.

El sueño del villero es vertical, su utopía es el título de propiedad. Sueñan con que, algún día, urbanizada la villa, y aunque más no fuera por el mero ejercicio de la ocupación del suelo, ellos o sus descendientes tendrán ese título. Se organizan -lo vienen haciendo hace muchas décadas- y transforman la villa en comunidad cerrada, manejada por organizaciones internas. ¿Son auténticas y democráticas esas células sociales? O, como otros sospechan, ¿son manipuladas por quienes lucran con el ingreso de nuevos "inquilinos"? Hay una leyenda buena: los habitantes de la villa 31 son trabajadores honestos: todos los conocemos. Pero, en la paranoia argentina, en la que la desconfianza en el otro es la única ley respetada unánimemente, esa leyenda convive con su contraria, la leyenda negra: la villa 31, además de un foco de criminalidad, es territorio de la mafia. ¿Dónde está la verdad?

La villa 31 es, a su manera, un muestrario de la encrucijada argentina: ¿qué país queremos? ¿Qué intereses han de predominar? ¿Por qué el Estado va a la rastra de los acontecimientos y no usa sus poderes para encabezar una marcha hacia el futuro? La villa 31 es un muestrario de la incapacidad argentina para construir un futuro colectivo: la ciudad, como el país todo, es rica, pero incapaz de superar sus taras; por ejemplo, la pobreza.

Como atraídos por una quimera, cada día migrantes nacionales o extranjeros desafían la autoridad, vulneran los cercos, se introducen en la villa y levantan una pared o agregan un tambaleante piso a construcciones de por sí frágiles. Una información periodística reciente contabilizaba que once familias se instalan en la villa 31 cada semana. Se juegan la vida, literalmente. La villa 31 es zona de riesgo: hay en ella edificios de seis pisos, tambaleantes como castillos de naipes, al borde del derrumbe.

La incertidumbre de jurisdicciones agrega más confusión: ¿quién es el guardián de la ley allí?; ¿el Estado nacional o el Estado municipal? No lo sabemos. Ambos, en lugar de dirimir racionalmente sus poderes y eventualmente complementarlos, se enfrentan en una guerra infinita, que me recuerda a la novela El duelo , de Joseph Conrad, en la que dos húsares franceses que se odian por supuestas ofensas se baten una y otra vez por distintos escenarios de Europa mientas el ejército de Napoleón marcha hacia Waterloo.

La vieja villa Esperanza se convirtió en ícono de Buenos Aires. El gobierno municipal, el mismo que había prometido convertirla en un parque, la ha incorporado a las atracciones turísticas. La villa 31 ya es, como el Obelisco o La Boca, una parada más del Bus Turístico.

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jueves, 21 de abril de 2011

GARRÉ PRETENDE BORRAR LA HISTORIA CAMBIANDO LA DENOMINACIÓN A TRES ESCUELAS DE POLICÍA

La ministra de seguridad, Nilda Garré, decidió cambiarles los nombres a tres Escuelas de Policía que mostraban en sus fachadas apellidos que las organizaciones de izquierda pretenden borrar de la historia argentina.
 
A través de la resolución 167, la ministra ordenó que lleven nuevos nombres la Escuela Superior de Policía Cesáreo Ángel Cardozo, la Escuela de Cadetes Ramón L. Falcón y la Escuela Federal de Suboficiales y Agentes Alberto Villar. Desde hoy serán, respectivamente: Enrique Fentanes, Juan Ángel Pirker y Enrique O'Gorman.

Curiosamente, los tres nombres quitados de las escuelas fueron de Hombres que por sus méritos o por haber caído víctimas del ataque de organizaciones violentas, merecieron el honor de recibir tan digno homenaje.
Ramón Falcón fue el primer cadete del Colegio Militar, al que ingresó en 1870, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento. Egresado con honores en 1873, combatió en la Campaña del Desierto; a su regreso, en 1898, se retiró con el grado de Coronel. En 1906 recibió el nombramiento de Jefe de Policía de la Capital Federal. En ese cargo, creó la Escuela de Policía que hasta hace unos días llevaba su nombre. El 14 de noviembre de 1909, mientras regresaba del funeral de otro policía, en la esquina de Quintana y Callao, fue asesinado por Simón Radowitzky, anarquista recién llegado de Rusia, quien arrojó una bomba de fabricación casera contra el carruaje en que viajaba Falcón.



Cesáreo Cardozo ingresó en el Colegio Militar de la Nación en 1944 y egresó en 1947 con el grado de Subteniente en la rama de Infantería. Tuvo sucesivos destinos en Escuela de Infantería, Colegio Militar de la Nación y Regimiento 7 de Infantería. Estudió en la Escuela Superior de Guerra y obtuvo el título de Oficial de Estado Mayor. Luego de diversos destinos y ya con el grado de Coronel fue designado Subdirector de la Escuela Superior de Guerra y luego, Director de Enseñanza del Cuerpo de Comando del Comando de Institutos Militares. También fue Agregado Militar en Chile y en 1975 ascendió a General de Brigada. El 6 de febrero de 1976 fue nombrado Director de la Escuela Superior de Guerra y el 31 de marzo se lo designó Jefe de la Policía Federal.

El 18 de junio de 1976 fue asesinado por una bomba que la terrorista montonera Ana María González, de 18 años, fingiéndose amiga de su hija, puso bajo su cama
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La autora del homicidio, en un reportaje realizado por la revista española “Cambio 16”, en agosto de 1976, afirmó que, “con conocimiento de sus superiores, se había acercado a la hija de Cardozo y había captado su amistad”. También narró que “un mes después de cometido el atentado fue detenida por la policía, pero fue dejada en libertad cuando invocó su relación con la familia del asesinado Cardozo”.


Posteriormente, el 4 de enero de 1977 participó del asesinato del soldado conscripto Guillermo Félix Dimitri, quien fue ejecutado a balazos desde un coche que se desplazaba a alta velocidad ocupado por Ana María González y otros dos terroristas. Las Fuerzas de Seguridad repelieron la agresión criminal de estos asesinos e hirieron a uno de los hombres y a la joven terrorista que falleció horas después en una de las guaridas montoneras. Su cuerpo fue cremado por sus compañeros y enterrado en un lugar desconocido. Sin embargo, en los listados de www.desaparecidos.org figuran los familiares de Ana María González cobrando una indemnización de 224.000 dólares con el número de causa 5648.

Alberto Villar, por expresa disposición del ex Presidente Juan Domingo Perón fue designado para combatir a los terroristas que estaban sumergiendo en un baño de sangre a nuestra Patria.
Según la historia oral, el dialogo que se suscitó entre el General Perón y Villar fue el siguiente:


Villar: -Señor presidente, ¿tenemos mano libre para terminar con la subversión?

Perón: -Para eso lo he llamado, necesito poner orden.

Villar: -Usted me está ordenando que nosotros lo ayudemos a poner orden, y vamos a cumplir.

El Comisario Villar fue un héroe en la lucha contra los terroristas Montoneros y erpianos que asolaban nuestro país, los combatió en todo nuestro territorio con éxito y con derrotas, por la muerte de policías asesinados por estos apátridas que hoy nos gobiernan y dan clases de constitucionalidad.
Fue asesinado en noviembre de 1974 por el terrorista montonero Alfredo Máximo Nicoletti, quien colocó las bombas en la lancha que explotó llevándose las vidas del ex Jefe de Policía Alberto Villar y su esposa a bordo.


Posteriormente, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a través del periódico "Estrella Roja”, su órgano oficial felicitaba a sus “colegas”: "...una unidad de la organización hermana Montoneros llevó a cabo el ajusticiamiento del jefe de la Policía Federal... El ERP saluda calurosamente a esta sección de Montoneros que ubica a la organización en la trinchera de los que luchan con las armas en la mano contra este gobierno reaccionario y proimperialista... ”

Quienes son los nuevos homenajeados

Enrique O'Gorman, en noviembre de 1867 fue designado Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, suprimiendo el uso en las comisarías de las barras y del cepo… Según Garre esto es suficiente mérito para honrar con su nombre una Escuela de Policía.

Por su parte Juan Ángel Pirker contribuyó a integrar a la Federal en la sociedad tras el regreso de la democracia (fue denominado “el comisario de Alfonsín” en ciertos sectores de la población).

Sobre el comisario Enrique Fentanes se puede destacar que fue “el más ilustre teórico de la labor policial”, docente y académico; además contribuyó a sentar las bases para la creación de la Policía Federal, en el año 1943.


Texto Completo Resolución 167/2011 - MINISTERIO DE SEGURIDAD

Cambios de denominación en las Escuelas de Instrucción de la Policía Federal Argentina.

Bs. As., 14/4/2011

VISTO, el Expediente Nº 10.481/11 del registro de este Ministerio, el artículo 2º de la Ley Nº 24.059 y el artículo 3º de la Ley Nº 26.058, y

CONSIDERANDO:

Que por el artículo 2º de la Ley Nº 24.059 la Seguridad Interior se define como la situación de hecho basada en el derecho en la cual se encuentran resguardados la libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus derechos y garantías y la plena vigencia de las instituciones del sistema representativo, republicano y federal que establece la Constitución Nacional.

Que para alcanzar, mantener y garantizar la Seguridad Interior es indispensable que los recursos humanos de los Cuerpos Policiales y Fuerzas de Seguridad actúen conforme a doctrinas, técnicas y prácticas profesionales comprometidas con la plena vigencia de los derechos humanos.

Que un sistema democrático y profesionalizado de formación debe necesariamente contemplar las particularidades del trabajo desempeñado por los funcionarios que integran los Cuerpos Policiales y Fuerzas de Seguridad en tanto éstos están facultados para usar la fuerza letal y limitar ciertas libertades y derechos de las personas en circunstancias específicas reguladas por la ley.

Que de acuerdo con el artículo 3º de la Ley Nº 26.058 la educación técnico profesional es un derecho que como servicio educativo profesionalizante comprende la formación ética, ciudadana, humanística general, además de la científica, técnica y tecnológica.

Que el Estado debe construir una sociedad donde todos sus espacios y en particular las instituciones formadoras proclamen valores democráticos y el respeto a los derechos humanos.

Que además en el caso de las instituciones formadoras de policías resulta pertinente que sus denominaciones se relacionen con la trayectoria de personas que han contribuido con su accionar a proteger la vida, las libertades, los derechos y las garantías de los ciudadanos; así como a fortalecer el desarrollo institucional de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA, el profesionalismo de la labor policial, la integridad, la justicia y los lazos de la Institución con la comunidad nacional.

Que Don ENRIQUE O’GORMAN, quien desempeñó la Jefatura de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA durante el período comprendido entre los años 1867 y 1874, contribuyó en la reorganización de dicha fuerza policial y dispuso la remisión inmediata de la aplicación de barras y cepos a los detenidos en comisarías, por considerarlos instrumentos de tortura.

Que entre su accionar se destaca la elaboración del Reglamento General del Departamento de Policía el cual fue el primer cuerpo legal con el que contó dicha institución policial desde su creación y que permitió mejorar el servicio policial; la creación del Cuerpo de Vigilantes; el aumento de la cantidad de comisarías y del personal de cuerpo que contribuyó a la unificación de la fuerza permitiendo cubrir ininterrumpidamente la vigilancia, el orden y la seguridad de la ciudad; que además tuvo una dedicada intervención en la epidemia de fiebre amarilla que azotó a la Ciudad de Buenos Aires en el año 1871, poniendo a disposición todos los recursos para brindar tareas de vigilancia, socorro e higiene, en las que fallecieron 52 hombres de policías y bomberos de todas las jerarquías.

Que el COMISARIO GENERAL JUAN ANGEL PIRKER, quien desempeñó la Jefatura de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA en los primeros años del retorno de la democracia desde el año 1986 hasta su fallecimiento en el año 1989 contribuyó a la integración de la Institución con la sociedad preocupándose por conocer las necesidades sociales y por impulsar los cambios para adecuar dicha fuerza policial a los requerimientos propios de su época.

Que con el respeto a los derechos humanos como eje directriz supo elevar las capacidades institucionales del cuerpo policial para esclarecer delitos y avanzar en la construcción de una ciudad más segura, promoviendo la honradez, experiencia, capacidad y respeto por la justicia y el derecho como los valores a partir de los cuales erigir la labor policial.

Que el COMISARIO GENERAL ENRIQUE FENTANES es reconocido en los ámbitos institucionales y académicos, así como públicamente como el más ilustre teórico de la labor policial. Contribuyó a sentar las bases para la creación de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA en el año 1943 a través del estudio de antecedentes, información doctrinaria, jurisprudencia, legislaciones comparadas y precedentes extranjeros.

Fue docente y autor de diversas publicaciones, entre ellas se destaca el tratado de ciencia de la policía.

Que en el año 1934 su labor permitió la creación de la Biblioteca Policial y de la Revista de Policía y Criminalística de Buenos Aires.

Que en diversos momentos asesoró respecto de la organización de diversas áreas para que la Institución dé respuesta a nuevos desafíos.

Que la Academia Superior de Estudios Policiales llevó su nombre y asimismo recibe su nombre el edificio que alberga la DIRECCION GENERAL DE INSTRUCCION y el INSTITUTO UNIVERSITARIO DE LA POLICIA FEDERAL ARGENTINA.

Que respecto a los cambios de denominación dispuestos por la presente se realizaron las consultas pertinentes con la Jefatura de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA y otras autoridades inferiores de dicha institución.

Que ha tomado intervención la DIRECCION GENERAL DE ASUNTOS JURIDICOS de este Ministerio.

Que la presente se dicta en ejercicio de las facultades contenidas en el artículo 4º de la Ley de Ministerios Nº 22.520 (t.o. Decreto Nº 438/1992).

Por ello,
LA MINISTRA DE SEGURIDAD
RESUELVE:

Artículo 1º — Instrúyese al señor Jefe de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA a reemplazar el nombre de la ESCUELA SUPERIOR DE POLICIA, denominada "General de Brigada Cesario Angel CARDOZO", por el nombre ESCUELA SUPERIOR DE POLICIA "Comisario General Enrique FENTANES".

Art. 2º — Instrúyese al señor Jefe de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA a reemplazar el nombre de la ESCUELA DE CADETES, denominada "Coronel Ramón Lorenzo Falcón", por el nombre ESCUELA DE CADETES "Comisario General Juan Angel PIRKER".

Art. 3º — Instrúyese al señor Jefe de la POLICIA FEDERAL ARGENTINA a reemplazar el nombre de la ESCUELA FEDERAL DE SUBOFICIALES Y AGENTES "Comisario General Alberto Villar", por el nombre ESCUELA FEDERAL DE SUBOFICIALES Y AGENTES "Don Enrique O’GORMAN".

Art. 4º — Modifíquese la cartelería, banderas de ceremonia, insignias y demás inscripciones de las instituciones mencionadas, consignando las denominaciones referidas en los artículos 1º, 2º y 3º de la presente.

Art. 5º — Instrúyese que en el marco de las actividades formativas dirigidas a aspirantes a agentes, cadetes y al personal de la Institución, deberá difundirse la trayectoria y carrera profesional del COMISARIO GENERAL ENRIQUE FENTANES, del COMISARIO GENERAL JUAN ANGEL PIRKER y de Don ENRIQUE O’GORMAN.

Art. 6º — Comuníquese, publíquese y dése a la Dirección Nacional del Registro Oficial y archívese.

— Nilda C. Garré.

Contacto: politicaydesarrollo@gmail.com