domingo, 20 de septiembre de 2009

TESTIMONIOS MONTONEROS: "SOBREVIVIR AL HORROR"

Página 12 reunió a familiares de Eduardo Toniolli, desaparecido en 1977. Su mamá Matilde (integrantes de "Madres"), su esposa Alicia Gutiérrez (actual diputada provincial) y su hijo (militante de "HIJOS") dan cuenta de lo desgarrador de ese tiempo y la esperanza de que se haga justicia.
Por Evelyn Arach
"Algunos dicen que no hay que mirar al pasado, pero las heridas siguen abiertas. Recién ahora está llegando la justicia", afirma Matilde Espinosa de Toniolli con la voz entrecortada, sin dejar de mirar la foto de su hijo Eduardo. Cuando la patota de Luciano Benjamín Menéndez que operaba en la ciudad de Córdoba lo desapareció el 9 de febrero de 1977, no volvió a saber de él. Por entonces además de llorar por el hijo menor que no volvería a casa Matilde tuvo que ayudar a su nuera embarazada de ocho meses a refugiarse, parir y poder escapar de los militares que realizaron varios allanamientos para capturarla. Eduardo Toniolli y Alicia Gutiérrez eran militantes de Montoneros y se habían conocido dos años atrás cuando ella tenía 24 años y él 19. "En lo único que pensaba era en cómo hacer para que naciera mi hijo y para que se salvara", rememora la actual diputada, que poco después tuvo que exiliarse. A 32 años de aquellos días la justicia federal por primera vez está juzgando a los represores responsables de la desaparición, tortura y posterior asesinato del militante social, en el marco de la causa conocida como "Quinta de Funes". En ese contexto la familia contó a Rosario/12 lo desgarrador que fue sobrevivir y esperar que se haga justicia.
La tarde del 9 de febrero de 1977 fue especialmente calurosa, por eso Alicia Gutiérrez, que estaba a un mes de dar a luz prefirió no ir al encuentro que habían acordado con otros compañeros de la agrupación. "Cuando pasaron dos horas sin que Eduardo volviera supe que algo estaba mal. Junté algo de ropa y huí. Tuve la certeza de que ya no estaba vivo, porque todos los días desaparecían a compañeros nuestros", cuenta. Posteriormente la casa que ambos alquilaban en la ciudad de Córdoba desde hacía un mes fue allanada por la policía, también algunas maternidades. Pasado un tiempo y con la ayuda de sus padres y suegros Alicia tuvo a su hijo, Eduardo, -el "Edu", como le dicen -el 17 de marzo de 1977 en Córdoba.
"Por un mes no conocí a mi padre", reflexionó Eduardo. La misma declaración realizó hace un mes en las puertas del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de Rosario, que lleva adelante los primeros juicios por 'crímenes de lesa humanidad'. Detrás del blindex, los represores Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Amelong, Eduardo Constanzo y Walter Pagano no se inmutaron. Permanecieron desafiantes y burlones, como cuando comandaban el centro clandestino de detención conocido como "Quinta de Funes", en el que 15 personas fueron desaparecidas.
Ese fue el último destino de Toniolli. Tras su detención junto a la militante Analía Arriola y sus dos pequeños hijos, ella fue ejecutada y él trasladado al centro clandestino conocido como "La Perla", ubicado a 12 km. de la ciudad de Córdoba y por el que pasaron unas 2500 personas, la mayoría de las cuales fueron asesinadas. Se supo después que en septiembre de ese año el militante fue llevado a la Quinta de Funes, a pocos kilómetros de su casa natal. Allí fue torturado sistemáticamente junto a otras quince personas. "Sabemos que estuvo cerca de casa porque por esos días un primo lo vio sentado en la parte trasera de un patrullero. Eduardo lo miró y dio vuelta la cara, supongo que para no causarle problemas", rememora su madre con angustia y precisión.
Según consta en la causa por declaraciones del "arrepentido" represor Constanzo, en el invierno de 1978 Toniolli y otras doce personas fueron trasladadas hasta la casa quinta del represor Juan Amelong conocida como "La Intermedia" donde los fusilaron y sus cuerpos fueron arrojados en las aguas de la Bahía de Samborombón. Por entonces su hijo, al que nunca pudo ver, había cumplido un año.
"Durante cuatro años estuvimos huyendo de la policía, escondiéndonos en distintos lugares hasta que pudimos escapar a Brasil, ahí conseguimos un pasaporte que otorgaba la ONU a los refugiados y viajamos hacia Francia, donde nos radicamos hasta diciembre 1985. Ese año pudimos regresar al país", relató la diputada que entonces ejercía su profesión de odontóloga. Afortunadamente en Argentina estaban plantadas las banderas de una incipiente democracia, que les permitió a los Toniolli volver a estar juntos.
Las cartas
Durante aquellos años Matilde y su esposo Fidel Toniolli no habían dejado de buscar a su hijo y de escribir cartas a cuanto funcionario público pudieron, inclusive una al propio Rafael Videla, que por supuesto jamás se dio por enterado. "Yo misma le escribí de puño y letra a Menéndez pidiéndole por el paradero de Eduardo porque me dijeron que era muy religioso y podía escucharme", recordó Matilde con indignación.
Desde el entonces Ministro del Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy, hasta el embajador permanente de Argentina en la ONU, Enrique Ross, recibieron desesperadas misivas de la familia Toniolli. La mayoría no fueron respondidas y en otras se negó de forma sistemática y contundente la detención del militante.
En una carta fechada el 10 de junio de 1977 a la que accedió Rosario/ 12, Ricardo Pérez, secretario privado del Ministro de Gobierno de la provincia de Córdoba escribió: "Por la presente me dirijo a Ud. en respuesta a su nota (..) a través de la cual solicita informes sobre el paradero de su hijo Eduardo José. Al respecto llevo a su conocimiento que el mismo no se encuentra detenido en unidades carcelarias dependientes de la Dirección General del Servicio Penintenciario", aseguró el funcionario con absoluta impunidad.
Por otra parte sorprende la sinceridad del obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, que por esos años escribió a Fidel Toniolli denunciando "constantes violaciones a los más elementales derechos y garantías". Y agregaba esperanzado en letra manuscrita: "Continuemos en el bregar. Ha de llegar un momento en que la razón supere a la pasión, en que los enceguecidos por el odio y la venganza vean la barbarie a la que fueron conducidos y que la justicia investigue a los grandes culpables".
Los Toniolli siguieron escribiendo en busca del paradero de su hijo hasta principios de la democracia, en 1982. Las manos se les habían cansado cuando llegó una carta inesperada en mayo de 1984, con remitente desconocido. Pertenecía a Teresa Maschiatti, detenida y torturada en 1977 en el centro clandestino La Perla. Su testimonio estaba legalizado por la Conadep y en parte decía: "Podemos suponer que a fines de 1977 y a principios de 1978 su hijo estaba vivo en poder del II Cuerpo del Ejército. Inclusive Eduardo vio varias veces al Gral. Fortunato Galtieri visitando la casa quinta que funcionaba como campo de concentración. Su hijo era un muchacho muy querido por todos", afirmaba, confirmando que Toniolli había pasado por la Quinta de Funes, como años después hizo otro sobreviviente, Jaime Dri, reconociéndolo en una foto que le envió su familia.
El escrito también asegura que un Capitán perteneciente al III Cuerpo del Ejército pidió por la vida de Toniolli y el Servicio de Inteligencia de Rosario respondió "que eran sus casos y decidían ellos". Y agrega: "Eduardo tenía muchas esperanzas de poder verlos a ustedes, a su mujer y su hijo. Nosotros lo vimos por última vez en setiembre de 1977. En ese momento estaba bien. Lo recuerdo alto, delgado, con las manos siempre en sus bolsillos. Siempre alegre y confiando en la vida", concluye.
La carta los conmovió profundamente y les dio fuerzas para seguir luchando. Fidel era un comerciante que defendía los ideales del Partido Comunista y Matilde la preceptora de una escuela pública. Juntaron valor y acompañados por otras personas fundaron Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas. "Entonces no había muchos hombres que se comprometieran, la mayoría éramos mujeres. Pero el sí. 'Lo voy a buscar hasta que me muera', me dijo un día y así hizo", recuerda Matilde. Fidel fue un memorable 'luchador a favor de los derechos humanos' que además integró la CONADEP. Falleció en noviembre de 2002.
"No puedo conciliar el sueño / buscando el lugar apropiado / en donde pueda ofrendarte / una flor", le había escrito con impotencia a su hijo, el día de su cumpleaños. Ya hacía varios años que Matilde no faltaba a la ronda de los jueves, junto al resto de las Madres de Plaza 25 de Mayo.
Para entonces el nieto de ambos, Eduardo, militaba en HIJOS. "A diferencia de otros chicos tuve la suerte de crecer con mi familia. Conocer la verdadera historia me hizo adquirir un compromiso político muy fuerte, comencé a militar políticamente a los 16 años y más tarde me uní a HIJOS", explicó Toniolli. Y agregó: "No pude conocer a mi papá personalmente pero por mi familia y sus compañeros de militancia y del barrio pude saber qué clase de persona era. Aún cuando provenía de una familia de clase media se comprometió a 'construir una patria más allá de su horizonte' y eso lo coloca en un lugar de referencia", reflexionó.
Escuchando a su nieto Matilde recordó una conversación con su hijo menor que la marcaría para siempre: "Yo sabía de su 'militancia' y tenía miedo de que me lo mataran. Un día le pregunté por qué se exponía tanto y me respondió: 'con la injusticia social yo no puedo vivir'. Lo dijo tan seguro que me quedé callada", cuenta. Y afirma que aunque cada vez quedan menos Madres, apenas seis en Rosario, confía en los jóvenes que militan con el mismo compromiso que tuvo aquella generación.
De hecho, la agrupación HIJOS es querellante en la causa Guerrieri, que juzga lo ocurrido en los centros de detención conocidos Quinta de Funes, Escuela Magnasco, La Intermedia y La Calamita. En ese contexto mañana comenzará la sexta jornada de enjuiciamiento.
La entrevista va concluyendo mientras Matilde rememora que durante cuatro años permaneció encerrada, sumida en la angustia y sin poder siquiera asistir al trabajo. Pero afirma que ahora mira al futuro y se refugia en su nieto y en una justicia que por fin está llegando. Porque el dolor no se pudo diluir, tampoco la esperanza.

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