domingo, 26 de julio de 2009

La decisión de Cristina



Oralidad. El diálogo convocado por la Presidenta es un intento por ganar tiempo después de la derrota.

Por James Neilson


Cristina Fernández de Kirchner tiene suerte. Felizmente para ella, la oposición es un maremágnum amorfo agitado por rivalidades personales que puede aprovechar con facilidad para desviar la atención de la gente de las deficiencias de su propia gestión. Para ella, las reyertas entre Elisa Carrió, Margarita Stolbizer y Julio Cobos valen más que millones de toneladas de soja. También cuenta Cristina con otra ventaja decisiva: la voluntad generalizada de ayudarla a llegar intacta a diciembre de 2011. No es que los demás dirigentes políticos y representantes sectoriales la crean una buena presidenta -sus opiniones en tal sentido son lapidarias-, sino que entienden muy bien que las maltrechas instituciones nacionales son tan quebradizas que sería casi imposible destituirla sin provocar una crisis descomunal. Si reemplazar a un gobierno agotado fuera un asunto tan sencillo como suele ser el caso en muchos países europeos en que las reglas políticas son más flexibles, Cristina y su marido ya estarían de regreso en Santa Cruz.

Así y todo, a esta altura los jefes opositores coinciden en que a menos que el Gobierno cambie mucho en las semanas próximas, los más de dos años que nos separan de la fecha fijada para la sucesión presidencial serán tumultuosos. Es lo que advirtió el jefe radical Gerardo Morales cuando dijo: "Si cae el diálogo, podemos estar en riesgo de cualquier cosa". Si bien el senador no quería ser más explícito, puede deducirse que lo que tiene en mente se asemeja bastante a la pesadilla en que un helicóptero desempeña un papel protagónico que esporádicamente visita a aquellos kirchneristas que temen que la pareja gobernante comparta el destino de Fernando de la Rúa, aunque algunos imaginan que no se trataría tanto de una huida cuanto de una maniobra astuta parecida a la de los partos que, luego de tentar al enemigo a perseguirlos, daban vuelta para entonces apabullarlo con un contraataque devastador. Es lo que fantasean quienes hablan de "tirarle el gobierno a Cobos": suponen que el desastre resultante sería tan espectacular que un pueblo contrito se pondría de rodillas para suplicarles a los Kirchner reasumir el mando.

De todas formas, los líderes opositores, además de los productores rurales, el grueso de los empresarios y muchos otros dan por descontado que si Cristina, asesorada por su marido manipulador, cree que el diálogo sólo sirve si le permite ganar tiempo para recuperarse de las heridas dolorosas provocadas por un electorado traidor, estaría cometiendo un error sumamente grave. Desde el punto de vista de los convencidos de que el statu quo es insostenible, con Néstor a su lado a Cristina le será casi imposible cumplir los cuatro años en la Casa Rosada previstos por el calendario constitucional. Lo afirmó sin ambages el hombre de la Unión-PRO Francisco de Narváez. Según el ganador del duelo principal que se celebró en el marco de las elecciones legislativas, "lo primero que tiene que hacer es marginar absolutamente a Néstor Kirchner". Aunque hay motivos para suponer que Cristina se dio cuenta hace tiempo de que su cónyuge irascible y obsesivamente vengativo es el responsable principal de buena parte de sus cuitas, sigue haciendo gala de su condición de esposa sumisa al tolerar su intromisión constante. ¿Y lo del "siglo de las mujeres"? Sólo era cuestión de palabras.

La situación que se ha creado es disparatada. Una proporción creciente de la clase política nacional sabe muy bien que Néstor, un ciudadano privado cuyo poder depende nada más de su relación con la Presidenta ya que el año pasado rompió amarras con la ciudadanía, está comportándose como si quisiera dejar atrás un país arruinado, acaso por querer mostrar que hablaba en serio cuando insinuaba que si los demás lo repudiaban les aguardaría un futuro signado por el caos. Pero a pesar de que hay un consenso amplio de que el ex presidente se ha convertido en un alborotador peligroso más interesado en ampliar las divisiones existentes que en reducirlas, por miedo a aquella "cualquier cosa" a la que aludió Morales los demás dirigentes políticos le permiten continuar produciendo destrozos tomando medidas económicas aberrantes, desatando una guerra sin cuartel contra los intendentes y gobernadores que lo humillaron al recibir más votos que él en las elecciones del mes pasado, y apoyando con terquedad a personajes tan conflictivos como Guillermo Moreno. Aunque casi todos los vinculados con la política, sin excluir a los que aún militan en facciones presuntamente leales al ex presidente, concuerdan en que el "ciclo" de Kirchner llegó a su fin bien antes de las elecciones, siguen temiéndole. De otro modo, sería incomprensible su voluntad de consentir su usurpación de funciones que en buena lógica le son ajenas.

Parecería que Cristina no ha decidido todavía lo que le convendría hacer con el "diálogo" que puso en marcha hace un par de semanas, pero ya habrá comprendido que los dispuestos a participar en las reuniones que convoque no la dejarán fijar la agenda. Si bien no lo dicen, lo que quieren es cogobernar. Por lo tanto, las opciones ante ella son dos. Una consiste en continuar tratando a Néstor como si fuera su base de sustentación principal, cuando no la única, y luchar contra viento y marea para defenderlo de las embestidas de hombres como De Narváez. Otra sería en efecto remplazarlo por los muchos representantes de la clase política que juran que lo que más quieren es ahorrarle al país un nuevo embrollo institucional como el que se produjo después del desplome de la Alianza y que por tal motivo estarían dispuestos a apoyarla siempre y cuando modificara radicalmente su forma sui generis de gobernar. Si Cristina elige la primera opción, sus perspectivas serán sombrías; si le parece menos dolorosa la segunda, tal vez continuaría siendo una presidenta mayormente protocolar, pero por lo menos podría concluir su gestión con cierta dignidad.

Por lo demás, si Cristina acepta gobernar con quienes representan la opinión mayoritaria y no contra ellos, se demoraría el día en que ella y su esposo se vean forzados a aclarar ante la Justicia exactamente cómo se las arreglaron para multiplicar varias veces su ya abultado patrimonio conyugal desde sus despachos en la Casa Rosada y Olivos. Desgraciadamente para ella, este asunto de apariencia muy turbia irrumpió justo cuando trataba de reconciliarse con el resto del país: la sociedad podría perdonarle la mala praxis política, pero le será difícil digerir la corrupción flagrante -"obscena" dirían adversarios como el ruralista Hugo Luis Biolcati- mientras millones de familias están deslizándose hacia la miseria.

Para hacer todavía más peligroso el estado de aquel polvorín inmenso que es el conurbano bonaerense, a Néstor se le ha ocurrido castigar a los intendentes más populares privándolos de fondos con el presunto propósito de hambrear a los electores desleales con la esperanza de que culpen a los mandatarios municipales por sus penurias. Se trata de una táctica que hasta el "neoliberal" más pétreo denunciaría por inhumana. En efecto, los miembros de la influyente Asociación Empresaria Argentina acaban de alinearse con la oposición, bien a la izquierda de Néstor, al distribuir un manifiesto en que reclaman medidas encaminadas a superar la fractura social que está agravándose por momentos.

El kirchnerismo, este movimiento que se improvisó en torno a los santacruceños cuando disfrutaban de un índice de aprobación envidiable y con la capacidad de cosechar votos correspondiente, más una "caja" rebosante de pesos que les servía para comprar voluntades al por mayor, está disgregándose con rapidez. Son cada vez menos los empresarios que procuran minimizar el daño causado por la torpeza del ministro de Economía de facto y sus ayudantes; el aliado más importante de Néstor, el camionero Hugo Moyano, podría ser defenestrado por "los gordos" en cualquier momento por su oficialismo excesivo; en el Congreso, quienes durante años dijeron sentirse plenamente consustanciados con "el proyecto" o "modelo" de los patagónicos saben que sería de su interés cambiar de camiseta bien antes de iniciarse la próxima temporada. Muchos lo harán.

La lista de reclamos que han preparado los líderes opositores es larga. Además de insistir en la necesidad de poner fin al uso del Indec como una usina de propaganda gubernamental, quieren ver despolitizado -mejor dicho, deskirchnerizado- el Consejo de la Magistratura, cambiar el régimen de retenciones y quitarle al Gobierno los "superpoderes", entre muchas otras cosas, para que la Argentina sea un país con reglas más claras y cierto grado de seguridad jurídica. En resumen, preferirían que fuera un país más "normal" según las pautas que imperan en el mundo democrático. Que la Presidenta se haya resistido a aceptar cambios muy razonables propuestos por distintas agrupaciones empresariales, el campo, Unión-PRO, la Coalición Cívica y Social y así por el estilo por entender que le supondría una derrota política apenas soportable, nos dice todo cuanto necesitamos saber sobre el estado actual del país luego de más de seis años de gobierno discrecional.

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