jueves, 26 de febrero de 2009

Flota en el aire un vapor de proximidad violenta

En medio del pavoroso desdén que muestra el gobierno por las prioridades de Estado, la inseguridad pública ya se espiraliza como una epidemia de tifus, a la vista y paciencia de todos.

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse

El que se atreve a hablar de “seguridad” en este país, o a reclamarla siquiera como retribución al salvajismo impositivo, de inmediato, es “de derecha”.
Peor que eso, es un fascista. Es a priori, un represor liso y llano.
Y acaso, en la verdadera concepción bonafinista de este gobierno, la óptica es mucho más recalcitrante todavía:
Cualquiera que vista un uniforme es un fascista.
Por lo dicho, en esta comarca, no vale otro modo para encontrar las causas de la inseguridad pública, que no sea poner la lupa sobre esta liturgia ideológica implantada desde que asumió la dinastía que nos manda.
La culpa de la inseguridad pues, en este país, no la tiene, ni la pobreza, ni la miseria, ni la falta de oportunidades, ni la educación falente.
No. La culpa, así como están las cosas, la tiene exclusivamente la dinastía.
Y más que eso:
Ellos han comprado esa culpa. Lo han hecho casi científicamente, con su singular mérito ideológico de baldío.
Su entendimiento con el poder, es un mañoso enfoque cualitativo de la vida y de la muerte que, en su práctica, agravia los tuétanos del lenguaje escrito en su mandato constitucional.
El Estado como concepto, devenido de una asociación política, es tal, cuando su existencia real y la validez de sus leyes, están continuamente garantizadas dentro de un territorio determinado.

Y se halla taxativamente en la base magna de un Estado, que eso es así (y que es sólo así) únicamente si existe la posibilidad real de que el poder se ejerza incluso con la aplicación o la amenaza de una regulada violencia física por parte de la dirección administrativa de ese Estado: el gobierno.

Es Estado (y excluyentemente, lo es), en tanto y en cuanto reivindique con éxito el monopolio del uso de la violencia y el de la coerción directa legítima, en la aplicación de las leyes y reglamentaciones de las que ha nacido.

La violencia (que toda esta gente conoce de sus épocas adolescentes), no es, naturalmente, ni el único medio administrativo, ni es el medio normal de que debe valerse el Estado. Al contrario, los gobernantes usan todos los medios posibles para llevar su mandato a buen fin.

Sin embargo, la amenaza y, en su caso, la aplicación directa de la coerción o violencia, es el medio específico. Y cuando los demás medios fallan, es el último recurso, que no solo puede, sino que debe, poner en marcha.

Es decir, el Estado garantiza la ley, (en última ratio), con el uso de la coerción directa y de la violencia, siendo el único que la puede y la debe aplicar.

Esta dinastía de partisanos, ignora todo esto. Antes bien, ignoran la esencia del poder, salvo en lo crematístico, en lo cual parecen ser diestros.
Digámoslo así: Son diestros con el dinero nuestro, y son siniestros con la seguridad de nuestras propias vidas.

Y más que todo lo anterior:
El poder como concepto, es, antes que nada, eso mismo:

Es toda oportunidad de hacer triunfar la voluntad propia, en el seno de una relación social, incluso contra la resistencia o la voluntad abierta de quien no cumpla con la ley o de quien se ocupe de violentarla.

No lo saben.

Ignoran que el poder es la capacidad de hacer, producir o destruir, pero ante todo, la de influir en la conducta o en los sentimientos de otros individuos.

Que, en suma, el poder político, no es para nada un “absoluto” conceptual, sino una relación entre las personas. Y una posibilidad de acción.
Se trata de una capacidad (no de un acto) sobre las personas.

Y esto es lo que ignoran estos cartoneros del suicidio colectivo.

Dicho mejor: Lo saben, pero prefieren cometer, con un fin obvio, el delito de “no hacer lo que deben por mandato constitucional”, simplemente porque han subordinado el plexo íntegro de la reglamentación nacional a una ideología.

Y su idea geométrica obsesiva de la seguridad pública, es que, tal capacidad, corresponde solamente a la derecha. Por lo tanto, como en ese asunto deciden ser “siniestros”. Se sitúan pues, a la siniestra.
No sólo no atienden su mandato de proveer seguridad (agraviando así a sus mandantes), sino que, inversamente, fomentan, estimulan y hasta diseñan la inseguridad.

Flota hoy más que nunca en el aire, un vapor de proximidad violenta, el cual además, habrá de tener los impulsores adicionales de una crisis que necesita justamente ese clima de inseguridad pública instalado y en plena vigencia.

Entre los casos no denunciados de inseguridad pública y los que se filtran en las calculadoras de la estadística oficial falsificada, lo que puede verse es sólo un espeluznante 30% de la verdad.

En otras palabras, si acaso alguien piensa que debe haber un reemplazo de ese poder cataléptico y dinamitado del Estado, que deje ya de soñar y que se defienda como pueda hasta que caiga esta dinastía. No habrá milagros.

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