sábado, 6 de diciembre de 2008

El plan anticrisis

Si mirásemos la historia que tanto nos enseña, los futuros jubilados pueden ir despidiéndose de sus ahorros. Han luchado muy poco por sus pertenencias. Es más, al votar han vendido la soga con que están siendo asfixiados.

Por Juan Salinas Bohil

Uno de los integrantes del binomio presidencial acaba de anunciar un florido paquete de medidas anticrisis que fue aplaudido a rabiar por la claque de costumbre. Las mullidas alfombras, el aire acondicionado y la socialización de las pérdidas empresarias que pagan los contribuyentes son de su estilo. Pero el análisis de la noticia no es apta para los millones de despistados y desinteresados que abundan en Argentina más absortos por el fútbol, Madonna, las mujeres de Tinelli que comparan malamente con la que cuida a sus hijos y los programas televisivos de la tarde en donde se muestran los casos más resonantes de la intelectualidad rioplatense.

Era más que obvia la desesperación Rosada por la aprobación del Presupuesto que de ayer a hoy no contempló un aumento del 10% en el valor del dólar. Era más que obvio el manotón desesperado a los fondos privados de jubilación por parte del Gobierno a quien algunos continúan llamando ilusoriamente Estado. De esa caja partirán en principio al Mundo del Nunca Jamás unos 4.000 millones de dólares. El dinero no es todo: ¡Pero cómo ayuda!

Para gastar los fondos frescos de la expropiación jubilatoria fue creado a toda máquina un ministerio de Planeamiento, autodignificante de la labor de los dirigistas argentinos, vividores de los fondos que succionan a los privados y abanderados en colocarles todo tipos de trabas para evitar que ejerzan libre y constitucionalmente su derecho a comerciar: ¡Pregúntenle a la gente de campo!

Si bien la planificación es necesaria, es poco creíble que gobiernos que improvisan constantemente en todas las áreas (por ejemplo en las de seguridad, energética y de relaciones internacionales) puedan forjar un plan a largo plazo. El verdadero motor de la reactivación que se intenta alcanzar será el dinero y no el planeamiento. Quién reparta los billetes decidirá y esa persona no será la flamante ministra de Planeamiento, ni el ministro de Economía que a esta altura de los acontecimientos debería recuperar la autoestima y presentar su renuncia: como Lousteau. Y que no se le ocurra decir después –como todos los anteriores– que no pudo, que lo obligaron, que fue presionado a hacer cosas que no quería y proponga acciones que no se atrevió a presentar cuando estaba en el cargo.

Si mirásemos la historia que tanto nos enseña, los futuros jubilados pueden ir despidiéndose de sus ahorros. Han luchado muy poco por sus pertenencias. Es más, al votar han vendido la soga con que están siendo asfixiados. Mañana esgrimirán una tibia respuesta golpeando ollas desvencijadas en las calles. Por ahí pasa la propuesta opositora de la clase media.

El “vamos a” de la Presidente relacionado con incentivar la producción, la inversión, el trabajo y el consumo popular, el apuntalamiento del mercado interno, las exportaciones, recrear el mercado de capitales que permita el acceso al crédito a los sectores de la producción, la compra del primer cero kilómetro y tantas otras expresiones de deseo dichas por el mismo precio, contienen una gran dosis de demagogia. Es necesario repetir que el origen de la crisis argentina es anterior a la internacional y producto de errores político-económicos e ideológicos, corrupción a gran escala y la aplicación de ideologías perimidas y revanchistas. La expresión de deseos no hizo ninguna mención al pago de las deudas internas y externas que se trasladan de gobierno en gobierno sin que sean saldadas, como tampoco de dónde van a salir los fondos si es que se decidiera pagarlas.

En todos estos años de “bonanza” económica que fue acompañada de una degradación en todos los demás aspectos de la vida social, los Kirchner fueron advertidos en exceso que era imposible que los altos precios de los comodities se mantuvieran por siempre en ese nivel. Así sucedió. “Tenemos un mundo hostil que restringe (sus compras)” y “la perinola ha caído para que todos pongan lo que le corresponde poner a cada uno”, expresó la Presidente. El mundo es como es, ni bueno ni malo, ni siquiera exactamente redondo. Los buenos administradores se anticipan al futuro y evitan echar pestes a extraños acerca de errores propios. Por otra parte, la perinola es un juego algo retro, en desuso, cuya versión argentina ha modificado el “Todos ponen” por el simpático “Siempre ponen los mismos”.

Correo de Buenos Aires

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